miércoles, 28 de diciembre de 2011

Riachuelos de lluvia con Sol

La clown ofrece apagar la sed de poesía: Julia Magistratti, Fernando Caniza, 
Claudia Masin y Miguel Martínez Naón

El día más largo del año cerró su telón de nubes y veló la claridad del estío-hastío antes del atardecer. El alerta meteorológico amenazaba con piedras cenitales, una vez más, desde las voces alarmistas que profesan el pánico. Precisamente diez años después de aquella tempestad social y política, de aquellas piedras que movieron los cimientos de un modelo destinado al anegamiento. Pero la tormenta infló el buche y aguantó un poco. Y una nueva cosecha de poesía se aprestó; la que trazó el último cuadrante del ciclo 2011. Arrojas Poesía al Sur cerró el año con su versión veraniega en el espacio Los Pibes, organización social y política que realiza un importante trabajo barrial desde hace más de quince años a escasos metros de la Boca del Riachuelo.

La ambientación del espacio, una instalación a cargo de Alejandra Fenochio, invitaba al relax de las imaginarias playas de ese Riachuelo cercano, entre reposeras, sombrillas, frutas, libros y flores que rebalsaron el espectro cromático de un arco iris al que la tormenta todavía no le daba pista. En otro costado del salón, la muestra Salven a las Sirenas, de Jacqueline Tagger, visibilizaba la problemática de la contaminación en el riacho boquense. Y más allá, entre la wiphala que rememoraba el Qapaq Raimi incaico, la gran Fiesta del Sol, y a pesar de las nubes, una estructura de hierro de Carlo Pelella simbolizaba el solsticio del verano. La obra de estos tres anfitriones estaba enmarcada por los murales de otro artista del barrio, Omar Gasparini, los cuales pregnan de una mayor identidad boquense a Los Pibes.

Marta Sacco y Zulma Ducca, organizadoras del ciclo, abrieron el encuentro. La primera leyó un fragmento de la novela Océano mar de Alessandro Baricco. Luego presentaron el primer bloque de lectura en las voces de La Boca y Barracas: Carlos Macagno y Hernán Scorofiz, que coordinan el taller de escritura El Oasis del servicio 17 del Hospital Borda, junto a Ramón Córdoba, uno de los talleristas; la poeta y actriz Marianela Riera, vecina de La Boca que leyó fragmentos acuáticos de su libro Al borde de la noche; y Ricardo Piña, de la cooperativa editorial Eloísa Cartonera, con extractos de un libro de viajes de Diana Bellessi. Mientras tanto, Romina Incarbone oficiaba de clown repartiendo coloridos refrescos a los y las poetas.

Un breve intervalo dio lugar para unas empanadas elaboradas por el Área de Política Alimentaria de Los Pibes, sede del ciclo itinerante en esta ocasión, y espacio donde también funciona la Radio Popular FM Riachuelo. Además, se habilitó el mercadito de libros de Eloísa y Curandera, postales, remeras serigrafiadas y revistas Tokonoma, Ricardito y Al oído.

A su turno, el llamador avisó el inicio de la función de kamishibai, teatro de papel de origen japonés a cargo de Diego Maxi Posadas y María Eva Blotta. La atención se concentró sobre ese mini-escenario de madera por el que se deslizan las imágenes pintadas en papel, arte callejero que nació en el primer cuarto de siglo XX, antes del bombardeo televisivo y atómico. La historia narraba el leve revoloteo de un panadero en su viaje de desprendimiento, mientras la brisa que entraba por las ventanas anunciaba la lluvia incontenible.

En el siguiente bloque, la poeta Claudia Masin leyó el prólogo de su libro de poemas El verano, con una cadencia pausada como el sudor que extrajo retazos de una memoria chaqueña de lapacho, calor de sol terrenal y silencio. Entre el público, el clima redundaba: la saliva se espesó como mercurio y la piel se cubrió de rocío salado. Afuera, la batuta de la orquesta de agua comenzaba a repiquetear el atril. A continuación, Masin invitó al escenario a tres poetas con quienes comparte un espacio de compromiso con la poesía y la política. Fernando Caniza, con No hay tiempo de más, imaginó un apocalipsis versificado en una ventriloquia de canal de noticias; Miguel Martínez Naón leyó un poema en homenaje a "El Nariz", militante desaparecido por la última dictadura, mientras la tormenta tronaba y la lluvia se desataba en una respuesta rabiosa de la historia; y Julia Magistratti seleccionó una serie de poemas de su libro El hueso de la sombra, donde la infancia vuelve para ser huella del presente que revuelve pasado, sombra en el hueso. Por último, Claudia Masin leyó Resistencia, poema dedicado a su ciudad natal y a la acción que significa y resquebraja el molde de la palabra toponímica.

Para cerrar, Zulma Ducca, en voz y guitarra, y María Laura Boscariol, en acordeón y coros, terminaron de darle cuerpo litoraleño al ciclo con El cosechero, de Ramón Ayala, y Esa musiquita, de Teresa Parodi. Apenas quedó tiempo para un breve micrófono abierto en el que Facundo Ruiz, participante en el primer encuentro, recitó poemas viejos y nuevos; y el dúo Valero-Beccaría tocó unos temas norteños dedicados al Ekeko, dios de la abundancia.

El ciclo estacional Arrojas Poesía al Sur, que tomó su nombre del poeta popular de Barracas Jorge Arrojas (1938-2010), comenzó con el otoño y cerró el año con una cosecha suculenta de poesía. A la salida, sobre la calle Suárez y bajo la lluvia estival, un nuevo y pequeño riacho pluvial con lecho de adoquines discurría y sedimentaba las semillas poéticas que germinarán el año que viene. Y así, entre riachuelos correntosos, y como todo ciclo, Arrojas Poesía al Sur reverdecerá una vez más.

lunes, 12 de diciembre de 2011

La porno-pobreza negada




Las dos veces que estuve de cuerpo presente cual hostia en Copacabana, pasé por la inevitable catedral de estilo morisco, tan desproporcionada en relación al tamaño del pueblo del confín boliviano. En ambas ocasiones, en el patio exagerado que antecede a la entrada de la catedral propiamente dicha, pude ver una hilera de cuerpitos achaparrados, mendicantes marchitas de negro, que marcaban el camino hacia la nave principal. Pero en la foto panorámica de Google Earth no aparecen. Por más que giro a un lado y otro, apenas se ven dos vendedoras enfrentadas bajo el portal. Tamaña omisión me convence sobre lo pornográfica que resulta la pobreza, como ya lo sugirieron los cineastas del círculo de Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y Luis Ospina, en su cortometraje Agarrando pueblo. Allí, los caleños parodian a dos documentalistas ávidos de imágenes de la miseria, hambrientos de exhibir jarritos de loza con tres monedas que tintinean como maracas. En la misma línea, ya debe haber quien quiera encontrar a las cholitas en la foto de la catedral y mediante algún vericueto tecno dejarle unos pesos con tan sólo un click de su mouse.

Salvo que todo haya cambiado realmente de unos años a esta parte. “Hemos transformado a Bolivia de un Estado colonial mendigo a un Estado plurinacional digno", dijo Evo Morales, precisamente, hace pocos días en Cochabamba durante la apertura del Primer Encuentro Plurinacional. Tal vez ésta es una foto demasiado fiel (o lamebotas) de ese diagnóstico. O tal vez excede los números de la política y fue retocada con la técnica del Pepe Stalin para que el paisaje sea más pintoresco. De un extremo al otro, de la cruda y vitral sobreexhibición al borramiento que habilita una miseria soft tranquilizadora y turística, la pobreza se banaliza.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Frontera masacre




Estoy posado sobre la frontera. La única terrestre de las antillas que flotan como boyas sobre el Caribe. Haití y República Dominicana. Una frontera en una isla es un forma de aislarse un poco más. Y desde la distancia cenital no se alcanza a advertir que su trazado es un tajo de machete, reguero de sangre y disputas históricas. Recuerdo la reciente independencia de Timor Oriental de Indonesia, campeona en establecer fronteras insulares si le sumamos a Timor la trinacional Borneo y Papúa, tan parecida a La Española haitiana y dominicana en su espejado. Porque ahí estoy, y ahí vuelvo.

Dos pueblitos: Ouanaminthe y Dajabón. Del lado oriental, el damero español, la cuadrícula ordenada. Del occidental, un abigarramiento de ínfimos e infinitos techos, como salpicaduras de Pollock. Los campos también se diferencian. Prolijos, diría una maestra de primer grado, establecidos en chacras y haciendas, del lado dominicano; desperdigados, indefinidos y embebidos de copas de árboles, del lado haitiano.

Ouanaminthe y Dajabón. En 1937 da jabón cruzar la frontera pero no queda otra. Los trabajadores haitianos migrantes, los afrodominicanos, los rayanos, están huyendo, entre la espada y la frontera. Entre la bayoneta y el Río Masacre. Otra vez lecho de huesos, tumba correntosa, toponimia determinante.

Sténio Vincent, el presidente haitiano de descendencia española y tez clara, dio la espalda a la frontera, miró al recientemente retirado invasor norteamericano y acató la orden de preservar la paz con el vecino. Mientras tanto, Rafael Leónidas Trujillo, el dictador que se blanqueaba la piel de herencia afro con polvos, también buscaba blanquear la población de su país: su polvo fue la pólvora; y su Corte, el machete. Y no olvidemos la palabra. Quien no pudiera pronunciar las vibrantes erre y jota de perejil era evidentemente haitiano, por su créole afrancesado, y pasado a kout kouto. La Masacre de Perejil fue el risueño nombre con el que de ahí en adelante se recuerda ese genocidio. El de Trujillo, que fue generalísimo antes que Franco y habló de solucionar el problema haitiano antes de la solución final nazi. Las fronteras son difusas pero pueden marcar el límite entre vida y muerte. Frontera puede significar masacre.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Quién me presta una escalera, para subir a Puerto Madero

De pronto, me sentí parte de la clase alta. No me estaba comprando un jet ski ni me codeaba con modelos en un boliche top. Me estaba deteniendo un prefecto. Perfecto, pensé sonriente. Sonriente también en mis pensamientos.

El ascenso social estaba al alcance del guante de cualquier ladrón de poca monta como yo, aunque se lograra a costa de una porción de libertad. ¿Y eso cómo se corta? No sé, pero la porción que cedí pronto se transformó en, digamos, la mitad o un poco más de una torta de milhojas, así bien secota y plagada de pliegues milenarios.

Luego de un vaso de agua que me aclaró la cabeza y me lavó la sed de la celda, me empezó a rondar una duda: cuál es el requisito para resultar sospechoso a los ojos de alguien, un prefecto si vamos al caso, una persona educada para creerse institución, que con el chiste de conseguir trabajo a como dé se calza una gorra, un uniforme y un fierro y tiene la capacidad de señalar a dedo a alguien que no le gusta y joderle la vida. Todo había sucedido gracias a la existencia de límites, fronteras jurisdiccionales que no se ven pero que, aparentemente, esos secuaces de la letra respetan a rajatabla. Claro, respetan las fronteras de poder; después, cuando lo tienen a uno fuera de la vista de la plebe, de la plebectula, pueden hacer lo que se les cante.

De todas formas yo había buscado levantar sospechas.