miércoles, 30 de diciembre de 2009

sin beca no hay paraíso.

puro purgatorio, pura purga y rezo resentido.

evidentemente este año me porté cual chico malo y papanuel, que todo lo oye y todo lo ve, porque no es más que san pedro vestido de femme fatale, me dejó un denegado (con lodenzo lamas?).

sigo participando, como me enseñó santa desde las tapas de la empresa que lo procreó (pero a dios entonces lo creó la cocacola? la cocacola es el big bang? los cocacoleros son ángeles? los cocaleros demonios? evo el diablo?).

en fin, seguiré haciendo honor a mi apellido potencial.

o me haré las tetas

o lo senos

según qué me aconseje la comisión de moral y buenas costumbres

todo con tal de tener paraíso becario (paraíso?).

aguante los círculos infernales.

un embudo espiralado y fueguino
camino al polo antártico opuesto a la casa de san nicolás
(guiño, pestaña y lagaña: más conocido en el barrio paraíso como san pedro, sí, el mesmito).

todo culpa de la infeliz de nati vidal y su pantriste amigo próspero molina dosmildiego.

martes, 22 de diciembre de 2009

La posse del muertito contento


En un viejo posteo manifestamos la base surrealista en la percepción y en la expresión de todo niño y niña, la cual se va diluyendo a medida que la escuela ejerce su función normalizadora. Pero siempre quedan restos inmaculados de limadura naïf generando ruidos.

Los programas pedagógicos sobre historia, como toda historia, son construcciones de la realidad con intenciones ideológicas (del catálogo de la carrera de Ciencias de la Comunicación). Bartolomé Mitre fue uno de los ideólogos de los mitos de la historia argentina (mucho antes que Pigna), plasmados en grandes relatos que ensalzaban a próceres como San Martín y Belgrano puros, monógamos, machos y carentes de vicios.

Pero siempre, aun antes de la publicación de las obras mitristas, e incluso en la actualidad, existe una manera particular de contar la historia. Por ejemplo, en el reciente libro publicado por el Archivo Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, La Educación Pública. Del Municipio a la Nación (1857-1886), una recopilación de archivos realizada por el sociólogo Federico Basualdo, encontramos una carta del director de Escuelas del Municipio, Marcos Sastre, fechada en 1871, donde presenta el programa y el reglamento para las escuelas municipales. Allí podemos leer sobre la historia argentina, dijo, arjentina:

"6. Historia Arjentina [del primer grado]: las invasiones inglesas; revolución del año 10; proclamación de la Independencia en Tucumán; rasgos biográficos de Belgrano, San Martín y Rivadavia, con relación á los hechos históricos; Dictadura de Rosas, cruzada de Montecaseros." (Subrayado nuestro, no hay nada inintencional).

Con la consolidación del Estado-Nación argentino, el dispositivo escolar, reforzado por la Billiken, reprodujo el mito mitrista sobre San Martín durante muchos años, con algunas variaciones según el momento histórico, cincelando nuestro cerebrito virgen como si fuéramos militantes universitarios de cassette, para después reproducirlo en hojas canson perdidas porái. De hecho, todavía en la década del ochenta post-dictadura, la versión del sargento Cabral seguía haciendo mella.

Según lo hallado por este servidor en un block de uso propio de 1987, año del primer grado -y más allá de los atisbos poéticos rupturistas-, así nos dejaba la escuela:

Jose de San martin

La hoja del arbol mas lindo del mundo. nos apasiona a los argentinos como a los chilenos que es nuestro vecino. San martin creo el cuerpo granaderos a caballo. pero el problema de San martin fue que cuando callo del caballo y el caballo le aplasto las piernas a el justito venia un ingles y vino el gral. cabral tira el tiro el ingles y murio gral. cabral

muchas gracias al gral. cabral que le salvo la vida a San martin.

Terrible. Se dice que Cabral, al morir, en realidad dijo: "Muero contento porque los niños del primer año escolar me van a idolatrar como al mismísimo general don José". Pero claro, tampoco se puede subestimar la capacidad crítica que todo niño y niña ejerce, por más mínima o basada en el surrealismo naïf que sea.

Y además de los mitos históricos en los programas pedagógicos, tenemos que también el bartolo de Mitre se guardó de dejarnos una tribuna de doctrina periodística. Una doctrina que en 2009 levanta casi los mismos preceptos que el año de su fundación en 1870, así de lata. Desde el diario La Nación el nuevo ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires nos adoctrinó sobre temas de seguridad. Y quienes dijeron que la una no tiene que ver con la otra para defender los disparates de Abel Posse, no tienen un mínimo de capacidad relacional. Porque la ecuación no sólo se da por el lado de que la inseguridad se combate con más educación. Desde su propia gestión en Educación deberá lidiar con temas de seguridad. Hace quince años las escuelas no tenían seguridad en la entrada. Y hoy, uno de los reclamos docentes y de los familiares de los alumnos es que restituyan la seguridad en el acceso a algunas escuelas ubicadas en barrios de alta vulnerabilidad social, que el Pro retiró hace algunos meses. Según la perspectiva del nuevo ministro, esa seguridad debería asignarse al servicio penitenciario, para tener a la muchachadita peligrosa en escuelas-cárceles, a la manera del panóptico de Bentham.

Mientras tanto, Posse -que es proa del desembarco duhaldista en la capi, en paralelo a los rumores de saqueos decembristas que generen más sensación de inseguridad entre los vecinos porteños- se dice peronista, apelando al comodín del mazo de cartas ideológico; porque como término polisémico, el peronismo puede englobar tanto al nacional y popular como al fascista. A Posse le sobra la vergüenza ajena como para autodenominarse fascista, como hiciera el español José Calvo Sotelo, diputado monárquico muerto a manos de los republicanos días antes del pronunciamiento de Franco. Pero de tan estigmatizada que está la palabra, posiblemente no se atreva a asumirla como propia ideología.

En un artículo de La Nación del 17 de agosto de 1998, y justamente hablando del padre de la patria, exiliado y olvidado en Francia, Posse decía refiriéndose a los enemigos: "En nuestra republiqueta de gozadores, carnívoros, solo los mediocres, los atinados, mueren en la resplandeciente armonía de la clínica".

Es una suerte que la transmisión de las políticas educativas desde la cabeza ministerial hacia los y las niñas no se dé directamente a través de una correa sin mediaciones. El campo docente goza de cierta autonomía para evitar que en poco tiempo el piberío ande diciendo por ahí que el sargento Cabral murió contento en el campo de batalla porque había batido a los pobres y chorros trotsko-leninistas que se atienden en clínicas.

jueves, 17 de diciembre de 2009

¿De quién es la plaza del bicentenario?

Es indiscutible que la Plaza de Mayo es el lugar simbólico por antonomasia que distinas fracciones de la sociedad argentina eligieron a lo largo de los años como espacio para realizar demandas o apoyar a distintos gobiernos y personalidades vinculadas al poder. El libro de Gabriel Lerman, La plaza política, de la colección Puñaladas de Editorial Colihue, sirve de guía de aquellos hitos que la cultura política cristalizó en ese lugar. No es difícil consensuar que las fechas más significativas que tuvieron a la plaza como escenario fueron el 25 de mayo, el 17 de octubre, el 20 de diciembre y los 24 de marzo. Aunque también existieron movilizaciones hacia la Plaza contrapuestas al valor simbólico e ideológico que esas fechas resumen. Sin ir más lejos, las minoritarias manifestaciones que apoyaron los golpes de estado o la lamentablemente masiva de la nunca declarada guerra de Malvinas.

En cuanto a los grupos sociales exponenciales que le dieron sentido político a la Plaza de Mayo, ocupándola y habitándola, se puede mencionar primero al movimiento obrero que abrazó la política sindicalista de Perón, metonimizado en la famosa figura de las patas en la fuente; y, años más tarde, a las Madres de Plaza de Mayo, que resistieron la represión durante la última dictadura circulando alrededor de la pirámide. Las Madres en su conjunto -a pesar de las internas que sufren los organismos de derechos humanos- ostentan la legitimidad de llevar la posta a la hora de manifestarse en la Plaza, no sólo por ser nominalmente de la Plaza, sino por la extensa lucha que sostienen y el capital político que consiguieron con la Casa Rosada como fondo. Son como habitantes vitalicias.

Pero claro, la Plaza es un espacio público, y en tanto vivimos en un estado de derecho (nos guste o no), sólo el Estado tiene derecho sobre ella. Por eso puede extender un vallado que la corta en la mitad para evitar que las manifestaciones se acerquen a la casa de gobierno, como sucedió en 2001. Y tal vez, quién sabe, así como la dictadura de Videla le agregó canteros para evitar movilizaciones, en un futuro amanezca con una reja perimetral como el resto de las plazas porteñas.

Lo que sucedió el último martes 15 en la Plaza se da en un marco distinto, de abulia, fragmentación, dispersión política, pero con antagonismos marcados y falsamente dicotómicos. La Asociación de Madres de Plaza de Mayo, alineada con el gobierno, se concentró para apoyar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por las amenazas sufridas durante un viaje en helicóptero. Mientras tanto, el dirigente del MIJD (con sus banderas cada vez más amarillo pro, en función de las tierras pertenecientes al ex centro clandestino de detención Club Atlético que el gobierno de Macri le cedió a ese grupo) Raúl Castells se encuentra haciendo una huelga de hambre por los habitantes del Chaco Impenetrable. Por otro lado, y como testigos mudos, ex colimbas durante el conflicto de Malvinas que prestaron servicios en la zona continental, acampan hace meses para que se los reconozca como ex combatientes y puedan recibir un subsidio. Y, para sumar a la heterogeneidad de la concurrencia, el martes 15 se autoconvocó también un grupo de bolivianos que se manifestaban por el asesinato a manos de la policía del albañil Juvelio Aguayo, de esa nacionalidad, al que acusaban de narco, y cuyo cuerpo trasladaron en un cajón para velarlo allí mismo. La frutilla del postre la pusieron, como siempre, los medios de comunicación.

Más allá del exabrupto injustificable de Hebe de Bonafini al querer echar con insultos a los familiares que protestaban por un caso de gatillo fácil, con el argumento de que "la plaza es nuestra" y de que "ésta es la plaza de la vida, no de la muerte", el hecho se degeneró más de lo que estaba en la máquina mediática. En una especie de reedición más pequeña de lo que fue la "toma" ruralista de la Plaza a mediados de 2008 y la posterior "recuperación" por parte de las organizaciones afines al gobierno (¿el regreso decimonónico a la Plaza de[l Frente para] la Victoria?), lo de ayer fue una disputa territorial entre kirchneristas (Hebe) y antikirchneristas (Castells) por un espacio emblemático. Aunque esa disputa tiene varios antecedentes ya desde la década del setenta, cuando las dos grandes fracciones del movimiento peronista se cantaban y se tiraban alguna que otra piedra desde Rivadavia hacia Yrigoyen y viceversa. Pero convivían en la Plaza por un denominador común, curiosamente, de nombre adversativo como la primera palabra de esta oración.

Pero (¡otra vez!) volviendo al martes 15, Castells aprovechó para las cámaras la oportunidad para hacer suyo el reclamo de la familia boliviana, en vistas de que los militantes de la Asociación de Madres creyeron que el ataúd podía ser una provocación opositora. El asunto es que antes de ese encontronazo, hubo problemas entre el MIJD y las Madres por la delimitación de la Plaza y, seguramente, chispazos entre sus respectivos adelantazgos. Y en ese barullo, los medios aprovecharon su posición contraria al gobierno para denostar a Hebe y que sus dichos fueran la noticia. Sus dichos, que fueron un lamentable intento de invisibilizar un reclamo que hace algunos años, cuando no había implicancias con los gobiernos de turno y la comunidad boliviana tenía menos incidencia en el espacio público que hoy, hubiera sido mediado precisamente por los organismos de derechos humanos y levantando como otra bandera de lucha. Días más tarde se supo que los insultos se dirigían contra Alfredo Ayala, presidente de la Asociación Civil Federativa Boliviana, quien está acusado en varias causas judiciales de explotar talleres clandestinos donde trabajan personas en situación de esclavitud. Como todo grupo social, la comunidad boliviana encuentra disputas también en su interior. Es probable que Ayala se hubiera encontrado allí como representante de una de las tantas asociaciones bolivianas para apoyar a la familia Aguayo (apoyo que tal vez haya sido tan oportunista como el de Castells). Y más allá de que la trata de personas es repudiable, no existió en el momento una acusación directa al respecto contra su persona; y en el caso de que se hubiera hecho, no se puede hacer transitiva esa culpabilidad a una familia que está reclamando por un asesinato a manos de las fuerzas de seguridad estatales. Mientras tanto, la Embajada del Estado Plurinacional de Bolivia ya solicitó a la cancillería argentina que investigue el asesinato y los hechos ocurridos el martes. Y seguramente algunos puntos opacos sobre lo sucedido se aclaren con el correr de los días.

La Plaza de Mayo es un espacio de visibilización, y como tal, es el lugar que han elegido distintos grupos sociales a lo largo de la historia argentina para instalar en la esfera pública sus demandas. La comunidad boliviana en Buenos Aires recién en los últimos años pudo generar una cierta repercusión social y una visibilidad de la comunidad hacia el resto de la sociedad, con las distintas movilizaciones que protagonizaron a partir de la llamada guerra del gas en 2003 ocurrida en Bolivia, y que terminó con la caída del presidente Sánchez de Losada. En este caso que comentamos, la demanda de la familia boliviana fue desautorizada por una referente con una autoridad ganada por años de lucha y con la potestad indiscutible de desautorizar a grupos que reivindican la tortura, la represión y el terrorismo de estado (pero resulta incomprensible que lo haya hecho con este caso particular); y, como plus, la demanda quedó invisibilizada gracias a los medios, que resaltaron otros puntos de los sucesos.

Doscientos años después del 25 de mayo los colores de las divisas que alumbra la Plaza de Mayo constituyen un auténtico papel tornasolado. La disputa territorial es puramente política y se debe jugar según esas reglas, que no por eso deja de lado el posicionamiento de fuerzas a través de los cuerpos. De hecho, el espacio público se toma, se ocupa, se pelea y se gana con el cuerpo. El derecho extra-jurídico (que comienza como un desvío marginal frente al orden impuesto por el Estado) a establecerse en la plaza se ejerce con la movilización, su visibilización social y la posterior obtención de un capital político que logra instalar el tema en cuestión en la agenda política. La familia boliviana que fue a velar a su ser querido lejos estaba de pintar de negro los pañuelos de las Madres, como ocurrió con los familiares de los militares muertos por las guerrillas en los setenta, liderados por Cecilia Pando. Las Madres seguirán siendo la punta de lanza de todas las manifestaciones que busquen justicia. Las huellas de los pañuelos sobre las baldosas son indelebles. Pero no como escritura de propiedad, sino como faro para el resto de las luchas populares, por más fragmentadas que estén (y justamente, los pañuelos siempre fueron un gran factor aglutinante). Y no hablamos estrictamente de la lucha de Castells -cobijado hace tiempo por el fascismo partidario, más allá de que personifique el reclamo de personas con necesidades básicas insatisfechas-, sino de las eventuales voces de los sin-voz que toman el espacio público poniendo el cuerpo, para hacerse escuchar con un clamor pelado de justicia o con una denuncia contra los atropellos del Estado, en el vórtice del remolino urbano y mediático.

Apostillas mediáticas sobre el caso:

-Los medios masivos de comunicación, en su mayoría contrarios al gobierno, resaltaron el dislate de Hebe de Bonafini. Todo se redujo a un enfrentamiento entre ella y Castells. Mientras tanto, el caso de gatillo fácil quedó solapado. Una vez más. Como muestra, TN recién al día siguiente puso al aire una nota filmada el 12 de diciembre informando sobre el asesinato del albañil boliviano a manos de la policía, "para que la gente sepa" el origen del "conflicto Hebe-Castells". Si no, difícilmente lo hubieran pasado al aire.

-C5N es el canal de cable de Daniel Hadad, al que accedió gracias a un acuerdo con el gobierno de Néstor Kirchner. Pero es evidente que el acuerdo fue que el canal se comprometía a no criticar la marcha de la economía del gobierno, a cambio de poder decir lo que se les cantara en materia de derechos humanos. Por ejemplo, cubren cuanta marcha organiza Pando y retrataron historias de vida de [gabis, fofós y] miliquitos "caídos durante la guerra antisubveriva". En este caso, mientras filmaban lo sucedido el 15, Eduardo Feimann decía -regalón de epítetos- que por ahí andaba "el parricida Schoklender"; y tomó como fuente para que contara lo ocurrido a Raúl Castells. Éste, más allá de la alharaca que hizo del cruce con la titular de Madres, elogió a Schoklender por haber calmado los ánimos y negociado la delimitación de la Plaza (el fascista Feimann refunfuñó por lo bajo). Y cuando terminaba la entrevista ambos cruzaron este saludo para la posteridad surrealista:
-Buenas tardes, Raúl. Usted sabe que lo estimo.
-Gracias, Eduardo, me siento honrado por su respeto.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Novela esquirlada

Había una hora de luz natural blanquecina en que despertaba del sueño pero mi cuerpo no. Era una masa de puro calambre. Así que esperaba mirando el techo e intentando recordar hechos de mi pasado que hacía mucho no traía a cuento mental. Hasta que sentía el ácido pirúvico discurriendo nuevamente por mis venas, veía mi brazo zombi moverse sobre mis ojos y me levantaba pesadamente. El cuerpo necesitaba estimularse. Nada de alcohol y drogas, que me cadaverizaban aún más y que sólo me servían de excusa para hacerme el rocker con mis amigos. Mucho más saludable era salir a caminar por la calle Paso a ver pasar encima de mis ojos los carteles de rubias siliconadas (¿o eran muñecas barbies con injertos de carne?) cubiertas con paños sietemesinos, para que me entrara el calor por algún poro. Pero qué, resultaba que los putos poros se me clausuraban y la ósmosis libidinosa no llegaba a producirse, como si mi piel fuera la de un muñeco barbie, purulenta de plástico. De esa manera continuaba impávido por las calles de Once, ese número de barrio tan poco capicúa, pero tan parecido a un boleto colorido de bondi de la era pre-maquinal.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Una noche santélmica

Una noche santélmica
que aturde con su oscuridad afarolada
y su llovizna
gélida
filosa.

Me lleva la somnolencia
por entre adoquines desparejos
y la soledad se hace presente
flotando mientras la noche,
abandonada y noche,
se aproxima a mí
y me tiende su mano;
mientras las gotas,
rítmicas,
insistentes,
se clavan en mi cuerpo,
como queriendo ser parte de mí,
como queriendo apartar la soledad.
La soledad de la noche.
Mi soledad.

1-5-00
San Telmo
Día del trabajador flâneur finisecular

lunes, 23 de noviembre de 2009

Una cumbia y un crochet de suposiciones

Raúl llamó desconsolado a Silvina. Le habló de códigos, de que él ya no la llamaría más, siempre tomando la iniciativa para verse, que la del hombre primereando a la mujer ya había pasado de moda, y cerró de un golpe el manual de instrucciones que tenía abierto por la mitad en su falda, esperando impaciente y enojado una justificación a través del tubo. Silvina reprimió una risa burlona para evitar el descorazonamiento. Le dijo que no esperara nada más de ella, que el tema que habían bailado había sido diversión momentánea, que la disculpara si una cumbia había tejido un crochet de suposiciones, o le había hecho afilar sus caninos, pero que ella tomaba licor, tomaba cerveza y le gustaban las chicas.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Ojos de Perro Azul (reloaded)

Reeditamos un viejo posteo de una banda efímera, con algunos retoques y, lo más importante, la posibilidad de escuchar los temas con sólo un play, ya que de un año a esta parte aprendimos un poquito más de cuestiones informáticas. ¡Ea!

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Las bandas teen salen con fritura a rolete y a troche y moche. La mayoría está condenada a la ermita del garage/altillo/terraza; aunque cada tanto, por su afinidad con el canon comercial, alguna la pega. Ojos de Perro Azul no pudo con su genio de realismo mágico menemista y se condenó al altillo sin salirse del canon comercial. Después del palo, tengo vía libre para continuar sin que se me tilde ni acentúe de tendencioso.

La banda nació promediando 1998, grunge congénita, en el último año de secundaria de cinco compañeros: Lean al bajo, Agus a una viola (ambos después integrantes de Naïf), Matías a la otra viola con pedalera, Jacki a la bata y Luc a la voz. El nombre fue tomado de un tema instrumental titulado como el extrañamente onírico cuento de García Márquez, que venía de las épocas de una banda antecedente, Depresión Maníaca, y que siguió siendo ejecutado por Ojos de Perro Azul. Interstate Love Song de Stone Temple Pilots fue el primer cover, al que le siguieron un par de Pearl Jam y I want you de los Beatles, hasta que surgieron las primeras canciones de la cantera. Rockitos como Cabeza Cuadrada y La bodega, éste pincelado con alguna veta darky; un tema con tonos disco como Esa droga femenina; homenajes/plagios como la melosa balada All the sand/Jalea de perlas/Todo el polvo; letras tristoñas adolescentes con atisbos de hard rock grungeoso como Vencido sin pelear y Estatuas de sal. Además del grunge y el ocaso beat como base inspiradora, otras influencias pretendidas fueron Led Zeppelin y Los Redondos. Eso se reflejaba en los solos de viola, los efectos de la pedalera, las entradas de la batería y la presencia del bajo.

Luego de un par de Acatraz, algunas tocatas en bares y la compra de equipos para llevar a la costa veraniega y porrista, donde Ojos de Perro Azul ofreció sus últimos recitales en la arena playera, la banda comenzó a disolverse en la arena de la lucha de clases, de estilos musicales, de volúmenes y de estrellatos. El altillo de Mar del Tuyú donde convivieron los cinco integrantes más amigos sin conocer casi la luz del día terminó por ser un caldo de cultivo separatista. A comienzos de 1999, el grupo se tentó con la posibilidad de emular a Yes y a Pink Floyd, y en el intento vano de hacer un tema de ocho minutos, Reloj de madrugada, sucumbió a sus limitaciones y a su impaciencia. Con la secundaria, el siglo XX y Nemen, se iba al tacho una banda teen más. En 2002 se juntaron para dar un recital despedida pero no hicieron ninguna gira ni ganaron un mango.

Acá se pueden escuchar los tres temas grabados el 17 de diciembre de 1998 para el demo de la gira costera. En orden, Vencido sin pelear, All the sand y Esa droga femenina.





viernes, 6 de noviembre de 2009

A toda la cuadrilla

Pablo amaba platónicamente a Dora, quien no le daba ni la mano para saludarlo porque no le gustaba, o bien porque lo consideraba feo sin atenuantes. Una noche de carnaval drogona, máscara mediante, Pablo engatusó a Dora y la amó sádicamente. Y Dora flasheó. Es más, cuando luego se enteró que su co-cogito había sido Pablo, tuvo un click positivo en su percepción sobre él. No puntualmente por el encuentro sexual, sino por una sensación de bienestar inexplicable a su lado. Pero Pablo, esa misma noche también amó a Carlos y a Lía perlongherianamente. Y por el extático desenvolvimiento catrero de éstos, ya no volvió a pensar en Dora. Pero tampoco en Carlos ni en Lía: buscó renovar su amor carnal con otros cuerpos, olvidado de los devaneos e ilusiones de una vida eterna junto a Dora. Ella, mientras tanto, quiso volver atrás el tiempo para aprovechar el momento de rendición, esa hilacha que Pablo había mostrado sin pudor. Pero Pablo, en otro estrato, ya no disfrutaba siquiera de la ensalada corpórea: cayó en la cuenta de que ningún culo le venía bien; o bien, que quería el culo que no tenía, en una especie de torbellino de deseo ajeno eterno. Mientras tanto, Dora comenzó a idealizar con fiebre a Pablo. Qué clavito clavó Pablito.

***

Carlos amava Dora que amava Lia que amava Léa que amava Paulo
Que amava Juca que amava Dora que amava Carlos que amava Dora
Que amava Rita que amava Dito que amava Rita que amava Dito que amava Rita que amava
Carlos amava Dora que amava Pedro que amava tanto que amava
a filha que amava Carlos que amava Dora que amava toda a quadrilha


jueves, 29 de octubre de 2009

Ese hombre

Las báquicas de la Fiesta del Ternero en Ayacucho no se limitan únicamente al vino. Desde cerveza hasta caña, las bebidas alcohólicas se consumen tal vez más que la carne, sin límite de edad ni de horario. Es que la carne te deja más atorado que chimango en la pella, explican algunos entendidos en frases hechas.

A primera hora del día pueden verse los restos de la noche anterior: mugre, botellas vacías y rotas, personas durmiendo tendidas sobre las mesas de los puestos de la Solanet, al aire libre. A esa hora sembrada de cadáveres por el éxtasis nocturno, las familias comienzan a pasear por los fogones, en busca del almuerzo carnívoro, sea para llevar o para comer en la misma peña, escuchando algún payador, algún émulo de Horacio Guarany, o bien la música símil karaoke de Lucho y su Teclado.

Pero por la noche, la nafta alcohólica levanta los cuerpos de las mesas y la avenida principal vuelve a ser un desfile de hormigas sedientas, un carnaval de insectos sin reglas ni comparsas. El ciclo se repite y los jóvenes vuelven a marcar el territorio.

Tal vez fue por eso que una de esas noches madrugadas, en 2007, mientras bailaba al ritmo de alguna cumbia bajo el efecto de los efluvios etílicos, me llamó la atención un viejito que se balanceaba alegre entre la multitud adolescente. Casi a las cinco de la mañana, el contraste era evidentemente llamativo. Pero fue otra cosa lo que me dejó absorto y sin poder quitarle la mirada de encima. Su cara me sonaba, pelo blanco en los costados de la cabeza calva, ojos claros, de contextura gruesa y cerca de los ochenta años. Era Jorge Julio López. Aunque, en realidad, no podía ser él, claro. Intenté convencerme de que yo no estaba en mis cabales. Lo miré fijo durante un minuto más, hasta que la adrenalina me dejó completamente sobrio. Mis ojos no me engañaban. Era la imagen que había empezado a circular del testigo de la causa contra el represor Miguel Etchecolatz, que había vuelto a desaparecer hacía siete meses. Esta vez, parecía que definitivamente.

Como no confiaba de mi sola impresión, tomé del brazo a un amigo, el que estaba más cerca, y le compartí mi alarma. Lamenté que lo mirara y se quedara congelado como yo. Poco a poco, hicimos correr el rumor entre los conocidos que estaban por ahí. Había que ir a preguntarle algo. ¿Y si estaba perdido? ¿Y si le había agarrado algún tipo de amnesia y se había marchado a vagabundear por ahí?

Decidí hablarle. Me acerqué tan lenta y alevosamente, en el medio del baile humano, que antes de llegar a donde estaba, el viejo detuvo su danza entre las chicas, me miró de reojo y se le borró la sonrisa. Me sentía flotando como una cámara haciendo zoom hacia el misterio de un rostro. Intenté captar su último esbozo de alegría e imprimírselo a mi cara para caerle simpático. No sabía qué decirle.

-¿Todo bien?
-Sí.
-¿De dónde es?
-De acá, de Lobería.

También pudo haber sido Madariaga, Las Flores o Rauch, ya ni importa. El fervor nocturno me ayudó a contrarrestar la tensión. Pero no sabía cómo sacarle sus datos para saber quién era de la manera menos inquisidora. Algunos amigos me miraban de cerca expectantes. Yo seguía sonriente, alternando la mirada entre ellos y el viejo. Un gusto, me presenté, y le dije mi nombre. Igualmente, contestó sin más. No podía sacarle nada si no era explícitamente. Tuve que sostener mi cara de empleado de Mc Donalds para la pregunta de rigor, cómo era su nombre, que brotó arrebatado como el gorjeo de una canilla:

-Asdrúbal.

Respiré aliviado y hasta dejé de verlo parecido al identikit, aunque más por querer convencerme de que el tipo no era quien yo pensaba. Por último le pregunté si andaba solo y me dijo que sí, que venía siempre a la fiesta. El diálogo ya había quedado trunco. El viejo estaría pensando que me lo quería levantar. Antes de poder despedirlo y volver a mi estado anterior, me tironearon del brazo.

-Che, lo acaban de atropellar al Cuchu. Se le partió la dentadura.

En el revuelo de los amigos que fueron a ver qué había pasado y cómo estaba el Cuchu, me quedé mirando a ese hombre. Ya no sonreía ni bailaba. Estaba parado solo, recibiendo las primeras luces del día con sus ojos húmedos y atardecidos.

viernes, 23 de octubre de 2009

Sueño tontolón de una noche de primavera

–Lo nuestro es imposible.

La afirmación de Rocío pareció concluyente e implacable. Enrique estaba desesperado y, ahora que lo necesitaba, no podía agregar nada que le permitiera aliviar la situación. Sintió que lo único que los unía era el banco de madera en el que estaban sentados, frente a la bifurcación de uno de los senderos de piedras naranjas que atravesaban el parque.

–Pero si ni siquiera nos conocemos– replicó Enrique luego de un gran espacio de silencio, decorado con un coro de gorriones primaverales dignos de una mercería.
–Lo nuestro es imposible– repitió Rocío, y en ese momento Enrique creyó que ella se levantaría: su mirada ensombrecida y sus brazos cruzados le dieron la certeza de que ella no aguantaba más ese denso ir y venir de súplicas y accesos denegados.
–Entonces– dijo Enrique como rasqueteando sus últimos restos de esperanza con una espátula–, tratemos de hacerlo posible.

Rocío lo miró por primera vez con una sonrisa burlona y Enrique creyó haber dado un paso gigante en la búsqueda de su amor, pero una voz destruyó ese instante como la realidad con un sueño.

–Queda usted detenido.

El policía estaba detrás de él y parecía haber escuchado el diálogo atentamente.

–P... Pero, ¿qué pasa oficial? ¿Por qué?– inquirió desencajado Enrique, mientras Rocío tomaba la cartera que tenía a un costado y se la colgaba del hombro.
–Si la señorita dijo que era imposible– informó el agente–, es imposible, ¿entendió? Es realmente sospechoso que quiera intentar hacer posible algo que no lo es.

El policía lo tomó de las muñecas y le puso las esposas violentamente. Enrique no comprendía aún cuál era la causa de su detención, pero ése era un tema secundario frente a lo que podría suceder con Rocío. Mientras era empujado por el oficial a través del sendero alcanzó a ver por sobre su hombro a la mujer que lo miraba con lástima sobradora.

–¡Vamos, suba!– gritó el policía que, una vez que Enrique pudo observarlo con mayor atención, tenía una apariencia de muchacho recién salido de la secundaria. Junto al cordón de la vereda había un camión celular al servicio de la comunidad estacionado. Un segundo agente abrió la puerta trasera y Enrique, resignado y sin ganas de encontrar explicaciones, se introdujo en la oscuridad del calabozo móvil. Sentía una profunda angustia que se le mezclaba con la tierra que había tragado a causa de los tropezones a lo largo del penoso arreo hacia el camión policial. Pero sumergido en la negrura, no era el abrupto cambio de un día soleado a una noche artificial lo que lo entristecía, ni mucho menos el arresto sin motivo alguno. Es más, ni siquiera registraba estos hechos como parte de su vida inmediata (una gota de rocío brilló en su mejilla).

–¡Chist! ¡El nuevo! ¿Quién sos?

Enrique todavía no había acostumbrado la vista a la penumbra aunque ya podía distinguir un pequeño cuadrado abarrotado que escurría la luz exterior.

–¿No oís? ¡¿Quién sos?!

Giró su cabeza hacia un punto en el cual supuso que se encontraba el origen de esa voz y preguntó:

–¿Quién, yo?

Y como si su pregunta hubiera sido una tijera que corta una cuerda, se soltó una andanada de risas. Enrique se estremeció: ese lugar que en un principio creyó vacío estaba repleto de voces desconocidas. La que había hablado antes volvió a la carga:

–No, yo– y de nuevo las carcajadas–. Sí, gilastrún. Vos.

Se hizo un breve silencio luego del cual Enrique se animó a contestar.

–No lo sé– dijo y respiró profundamente, mientras se asomaba a la ventanita tomando los barrotes y oía el motor arrancar.

***

En la celda de la comisaría los barrotes eran aún más y las primeras horas que Enrique pasó allí las consumió quitándoles el óxido descascarado con las uñas hasta sangrar. Las voces, al igual que en el camión celular, se refugiaron en lo más negro del húmedo calabozo, pero con un ánimo completamente diferente al que habían demostrado la primera vez.

–Es medio raro, ¿viste?
–Sí, y encima esa miradita me asusta un poco.

La voz que desde el principio había tomado las riendas volvió a dirigirse a Enrique, esta vez más suavemente.

–¿Por qué estás acá adentro?

Enrique, que estaba sentado en el rincón más cercano a la luminosidad, giró y fulminó con sus ojos a la voz en la oscuridad como un flash fotográfico.

–¿Hay alguna manera de escapar?– preguntó haciendo caso omiso al requerimiento de la voz. Una que todavía no se había animado a intervenir, quebró tímidamente el silencio que se había generado.
–Señor... Eso es imposible.

Enrique se levantó furioso y buscó el cuello de alguna de las estúpidas voces con sus feroces garras, en medio de gritos enloquecidos que contrastaron con la supuesta tranquilidad de la comisaría. Pero antes de que pudiera presionar algún pescuezo carnoso lo sorprendieron varios brazos que le envolvieron el cuerpo como si fueran serpientes, colándose por debajo de su camisa y tensando sus extremidades, lo que lo hizo caer inmovilizado al suelo de cemento.

El tiempo de inconsciencia se esfumó como agua por una rejilla y Enrique, de repente, se encontró en una habitación muy fría y con un velador apuntando directamente a sus ojos. Las voces que escuchaba ahora no podían ser sino de policías interrogando.

–¿Sabía que contradecir a alguien que informa sobre la imposibilidad de algo puede condenarlo a que la cárcel sea su tumba?
–Imposible...– dijo Enrique con voz ronca y una sonrisa resignada, e inmediatamente comenzó a sentir varios golpes en su cuerpo.

Durante la golpiza, esta vez estuvo conciente, aunque los palazos y las patadas que recibió no le dolieron sino hasta que lo arrojaron nuevamente en su celda.

En la oscuridad no distinguió ni los ecos de las voces que lo habían acompañado en su primera estadía. Toda luz que pudiera colarse en la penumbra no podía llegar a sus ojos, totalmente cubiertos por la hinchazón de sus párpados. Hablaba, o bien, quería hablar; se sentía tremendamente solo sin voces a su alrededor. Entonces, reptó conteniendo quejidos de dolor y buscó alguna señal de aquella compañía invisible. Se detuvo en un húmedo montículo de tierra que le dio a entender la cercanía de un túnel, y una vez que lo localizó, se sumergió en él.

***

Cuando despertó quiso continuar durmiendo. Pero su dolor y cansancio podían esperar a saber primero la situación geográfica del cuerpo en el que se alojaban. Enrique estaba boca abajo y tuvo que hacer un gran esfuerzo para voltearse y quedar frente al cielo, que presentaba un grisáceo atardecer.

Intentó abrir más sus ojos pero fue una tarea vana y dolorosa. A pesar de esto, percibía una particular brisa de libertad sobre su cara y sonrió complacido, olvidando su materia por un instante.

–Oiga, ¿le pasa algo?– escuchó de repente a su lado, a la vez que distinguía la silueta de un hombre recortando el cielo entristecido.

Enrique se alarmó pero enseguida pensó que esa persona quizás lo ayudaría.

–Quisiera saber si estoy en libertad.
–Pues claro, hombre– contestó efusivo el desconocido–. Acá nos rodea el Parque Central.

Enrique se incorporó de un salto torpe y buscó con sus ojos, entre la pequeña abertura que dejaban sus párpados amoratados, un objetivo al que pareció dedicarse por completo. Allí estaba sentada Rocío, en el mismo banco de madera, extraviada en pensamientos. Enrique se dirigió hacia allí y se sentó a su lado, sin dejar de mirarla entre sangre seca y lagañas. Rocío lo miró impresionada y antes de que pudiera decir algo, él se adelantó.

–No importa que lo nuestro sea imposible, eso lo discutimos otro día. Rocío cambió su expresión compasiva por una más acostumbrada al disgusto.
–¿Y hay algo que importe, entonces?– preguntó.
–Que lo imposible siga siendo nuestro– dijo Enrique, mientras veía cómo se alejaba maldiciendo entre los arbustos el mismo policía que lo había detenido y escuchaba un coro de voces aplaudiendo.


LMB Noviembre de 2001.–

martes, 13 de octubre de 2009

Las palabras y las cosas

Corría el año 1990 y junto a mis compañeros/as de cuarto grado del primario se nos planteó una duda existencial. Qué quería decir eso que sonaba en todos lados y nosotros cantábamos en el arenero y en el aula sin distinguir diferencias de ámbito: Entregá el marrón. Junto con Vení, Raquel, era uno de los temas del primer disco de Los Auténticos Decadentes que más repercutían los oídos de los habitantes de las tierras menemistas. Como suele ocurrir en esas situaciones, uno se pone a tararear y a cantar puras palabras, sin saber con certeza su significado. Hasta que hay un clic de lucidez que nos hace preguntarnos el sentido de lo que estamos repitiendo como autómatas.

En ese contexto escolar, no tuvimos mejor idea que preguntarle a nuestra maestra Claudia qué significaba entregar el marrón. Con la mejor cara de póker de sietes, con una cintura para eludir el adoquinazo que no pudimos advertir en ese momento, la seño nos dijo que -creía- el marrón se refería al billete de cien australes. Recuerdo que se me vino la imagen de la figura rojo comunista (o mejor, rojo punzó) del Sarmiento alfonsinista, y me costó asociar el color del billete con el color al que aludía la canción. Hubo un ruido general en nuestras mentes, algo que no nos dejó conformes con la explicación, pero le creímos a la autoridad institucional que todo lo sabe.

Años después, el destape cultural de la chabacanería se hizo moneda corriente: hoy un niño de nueve le pasa el trapo a cualquier veinteañero. Y por esas cuestiones que el Michel Torino Foucault nos fue enseñando en la vida alcohadémica, mixturadas con los recuerdos sedimentados de la infancia, no puedo dejar de asociar al Dominguín Sarmiento con su tremenda cara de ojete.

lunes, 5 de octubre de 2009

Matar a una calandria

Entre sueños, una arpía -cabeza de mujer con cuerpo de ave- canta a los gritos despellejados hasta que despierto. Una vez más. Para no volver a dormir. Por un momento, temo al recuerdo escurrido del personaje monstruoso protagonista del semi-sueño. Hasta me tomo el trabajo de abrir la ventana para cerciorarme de que la pajarraca mítica no esté ahí, colgando de una rama con sus dientes feroces y sus ojos sanguinolientos. Pero sólo veo un simple pájaro. Este es un caso para Freud, pienso sumido en las sombras más densas de la madrugada. Después decido tomar las armas.

El insomnio primaveral me dicta una consigna: matar a una calandria. O a varias. Igual, siempre se trata de una. Dicen por ahí que es un ave que se destaca por imitar el canto de cualquier otro pájaro, e incluso el silbido del hombre; y que tiene un prestigio legendario por tratarse de un familiar directo del cenzontle o sinsonte, ave sagrada de los mayas que tantos reconocidos poemas puebla. Y también cuenta con una defensa políticamente correcta desde la literatura, en la novela Matar a un risueñor, de Harper Lee. Allí, el título funciona como metáfora de lo que sería un acto cobarde por la supuesta inocencia del ruiseñor, ave muy similar en cuanto a las características cantarinas de la calandria.

El tema es que cuando este bicho arranca con su parloteo ininterrumpido a las 2 de la mañana, cuando no cantan ni las lechuzas que no habitan Buenos Aires, y los grillos susurran su anonimato, el insomne comienza su día. Primero hay una brevísima esperanza de que el monólogo silbado se apague. Luego, uno puede contarle rosarios al agnostiscismo para que la madre natura haga de las suyas, y se presente en la escena nocturna algún animalejo de la cadena alimenticia que pueda engullírsela de sopetón. Sea murciélago, elefante o dragón. Más tarde, mientras la mentada continúa cantándole a nadie y despertando hasta los gallos, se activa el instinto asesino. Ya no hay Greenpeace ni Vida Silvestre que pueda interponerse.

martes, 29 de septiembre de 2009

Una flor del mal

A falta de inspiración, un poema de un auténtico flâneur mixto: Charles Baudelaire. La primavera está fresca y se hace necesario enjugarse de mosto los labios para que, como un rouge natural, impregne su color violáceo en nuestras carnes y nos dé el calor interior necesario para florecer. Como dijo el Polaco Goyeneche en una publicidad de Resero blanco sanjuanino de la década del ochenta, inhallable en Youtube: "Hay que cantar de nuevo al vino".



CVII

EL VINO DEL SOLITARIO


La mirada distinta de una dama galante
que nos llega flotando como el blanco fulgor
que la luna ondulante manda al trémulo lago
si en él quiere bañar su indolente belleza,

las postreras monedas que posee el jugador,
la lujuria de un beso de la flaca Adeline,
el sonar de una música que acaricia y que aquieta
como el grito lejano del dolor de los hombres,

nada de eso es mejor, oh profunda botella,
que los bálsamos fuertes que tu panza fecunda
guarda al pecho sediento del poeta piadoso.

Tú le escancias la vida, juventud y esperanza...
y el orgullo, tesoro para toda pobreza
que nos hace triunfantes, parecidos a dioses.


Charles Baudelaire, Las Flores del Mal

jueves, 10 de septiembre de 2009

Perla negra

Hay temáticas que abundan en las letras de la música universal. Pero en esta ocasión, con la excusa de reflotar a un músico de la hostia olvidado, nos vamos a abocar a la de la piratería, tan en boga por estas épocas pretendidamente posmodernas y líquidas; porque para piratearla hay que bogar por superficies líquidas. De manual.

Es sabido que la apoteosis de los abordajes marinos encotró como principal víctima al reino español. Curiosamente, tres temas dedicados a estos personajes tan estereotipados con parche, pata de palo, garfio y loro al hombro, fueron creados por cantautores de la península ibérica. Dos de ellos son de los archiconocidos Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina.

"Una de piratas" (En tránsito, 1981), del catalán, es una canción que rescata al personaje con una descripción picaresca y nostálgica; mientras que "La del pirata cojo" (Física y química, 1992), del madrileño, es un rock pretendidamente duro, de aparente chico malo, que ensalza las virtudes del pirata-macho-que-se-la-banca.

Mezo retratado por Hilda Lizarazu


Pero existe una versión sublime, de otro músico al que actualmente se lo etiqueta "de culto", como tantos otros incomprendidos de su época. Hablamos del vasco Mezo Bigarrena, rockero bohemio que hizo de su vida itinerante una historia punk triste, con matices de mito trágico. Un viaje de vida sin vuelta, con inicio en Euskadi en 1951 y final en la Argentina, donde vivió sus últimos ocho años hasta colgarse de un árbol de los bosques de Palermo, en 1993. Conocido por las versiones que Baglietto hiciera de temas suyos, como "Una rosa fantasma", "Adoquines en tu cielo, Rosario" y "En este barrio" (también grabada por Santiago Feliú), Bigarrena no salió del estrellato under, de la constelación astral de subsuelo, aun habiendo publicado dos elepés en dos sellos discográficos, en su etapa argentina. Hoy sus discos son inconseguibles -salvo en Internet- y no sería raro que en un futuro se reediten. En sus temas se mezclaron con mucho tino ritmos y estilos de los distintos lugares donde le tocó en suerte vivir, como Brasil (donde colaboró con Chico Buarque en su disco en español) y Uruguay (donde conoció a los hermanos Fattoruso, a Rada y, en una de esas, a Eduardo Mateo), coronados con mucha ironía, humor y sarcasmo en sus letras. Letras que en muchos casos hacen recordar a las de Sabina, aunque profundamente más poéticas. De hecho Bigarrena decía de Sabina, al que conoció en Inglaterra, que le afanaba las canciones, pero que él le afanaba las minas. Y hasta se dice que Mezo le dedicó el tema "Yuppies" (Te acuerdas cuando cantabas Guajira Guantanamera / y que a veces jurabas ir a morir por cualquiera). Para explorar mejor las andanzas de este músico es recomendable leer la crónica sobre su vida escrita por Ina Godoy y publicada en Radar en 2003.

El tema del que hablábamos es "Viaje de vida", del disco homónimo de 1990. Allí detalla, en lo que también parece ser una especie de autobiografía romántica, la ética solid(t)aria y guerrera del pirata como faro guía en el viaje de vida. Y más allá del excelente arreglo disonante de la segunda estrofa, el clímax del tema, como casi siempre, llega al final. Lo que se perfilaba como un candombe en la marca rítmica desde el inicio de la canción se hace explícito con la aparición sonora de una cuerda de tambores y una estrofa cantada en... ¡euskera! La world music, un poroto mustio. A subir el volumen y escuchar esta perlita negra.

lunes, 31 de agosto de 2009

The rain song




Para escuchar, tautológicamente, con lluvia de fondo y los ojos entreabiertos, dejando apenas una celosía entre pestañas a la luz grisácea del día; para después levantarse con la explosión orquestal que llega hacia el final de la canción. Una delicia el contrapunto entre piano y cuerdas de esa parte del tema. Del disco "Houses of the holy", de 1973, glorioso año que también vio nacer a "Dark side of the moon", "Secos e Molhados 1" y "Artaud", entre otros.

miércoles, 19 de agosto de 2009

El sábado a la noche resuelto


El itinerario empieza en la Sheel, donde llenamos el tanque del fierro. De ahí cruzamos la avenida Balloffet a luquearnos en la pelu de Walter: unos claritos y un desmechado. Y de ahí, ya tuneados, tan sólo caminamos unos pasos y vamos a levantarnos unas guamis al boliche Jake.

Todo en una cuadra. Sólo en San Rafael. Es hora de que nuestros gobernantes diseñen ciudades inteligentes que nos permitan tener un combo en el menor espacio posible. Y que exista cartelería solidaria a nuestro servicio, sugiriendo posibles trayectos, automatizando un poco los recorridos, qué tanto pensar para patear por la ciudad. San Rafael debe ser nuestra ciudad modelo: "Juegos Olímpicos de San Rafael 2020", ¡ya mismo! Todos los sábados a la noche iguales. Nafta, look y dancing. Por cincuenta centavos más hubiera agrandado mi combo poniendo un telúrico en frente de lo de Jake, porque yo soy así de efectivo, viste, pero bué.

martes, 11 de agosto de 2009

Guión de historieta porno-escatológica para niños machistas

Click para ampliar



Cuadros 1 a 3
Pedro dirige la construcción de un edificio.

Cuadro 4
El edificio explota.
Pedro: Hay una explocion

Cuadro 5
Obrero (huyendo del edificio en llamas): Socorro
Pedro (apuntando al obrero con una ametralladora): No ragen carajo

Cuadros 6 a 10
La explosión se sucede y hace volar a Pedro por los aires, hasta que logra estabilizarse y mira contento una puerta y una ventana que no se destruyeron.

Cuadro 11
Pedro (contento pero sin interlocutor aparente): Te voy a volar la dentadura

Cuadros 12 a 15
Pedro intenta decir algo pero la censura no lo deja.

Cuadro 16
Pedro (observando expectante el esqueleto del edificio): ¡Puta! No se ase el edificio

Cuadro 17
Pedro (con un beso de difícil hechura y sin destinatario aparente): Chuik

Cuadro 18
Pedro (bipolar): Puta me pongo furioso

Cuadro 19
La pupila de Pedro refleja el edificio terminado.

Cuadro 20
Pedro: Al fin se hiso el inodoro

Cuadro 21
Pedro: ¡Puta! Me equivoque al fin se hiso el edificio (FIN, pero...)

Cuadro 22
Pedro se encuentra en una tapa de (Sex) Humor junto a una matrona de generosas proporciones y, extasiado, se imagina siendo amamantado por la susodicha.

Cuadros 23-24
Continuará...

Cuadros 25-26
Pedro (viéndose interrumpido por un pedo): Puta me qui-PRRRRRR

Cuadro 27
Pedro: Hmmm que rico lolor a caca

Cuadro 28
Pedro (bipolar): La re puta madre que lo re pario

Cuadro 29
Pedro: Cuando consigo novia puta

Cuadros 30-31
Pedro (¿desenvainando?): Me quedo desnudo asi cuando pasa una mujer me da (...) uunn un un beso en el pito

Cuadro 32
Pedro (exigente pero sin interlocutor aparente): Dame un beso en la boca

Cuadro 33
Pedro (encontrándose con una mujer desnuda): Uyy

Cuadros 34-35
Pedro: Que linda teta (...) (Pensando) Y que linda mujer

Cuadros 36 a 43
Novia de Pedro (compungida): Hola Pedro por que te fuiste
Pedro (como eludiendo el meollo): Nada mi amor. Haaa. Estoy contagiado. (Eructa) Breep. Uno... dos... y... tres

Cuadro 44
Un fuerte viento arremolina a Pedro

Cuadros 45 a 49
Pedro (recomponiéndose): Puta que viento. Haa me olvide del pedo. (Se tira un pedo) PRRRR. Van dos... pedos (FIN).


Buenos Aires, 1987



lunes, 27 de julio de 2009

La fuente del elixir


Ante tremebundo panorama viñatero, cualquier persona puede encontrarse con una revelación semejante a la que produce la lectura del "¿De dónde venimos?". O dios no existe, o anda necesitando dadores a troche y moche. En todo caso, Dionisos es un alto vampiro, y el señor una joven pálida y gótica con el cuello cubierto de chupones color uva.
¡Un brindis por Pierrot y el suelo mendocino!
¡Saluc!

jueves, 16 de julio de 2009

Dónde va la gente cuando hay un magnicidio

Ya que hablamos recientemente de magnicidios, un adelanto más del Mazo de Cartas que se avecina, con sus casi 300 capítulos-mails-corresponsalías bélicas desde Beto, un pedazo de tierra emancipado y prófugo.

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De: lucrecolmenares@mail.com.bt
A: ireneofagundez@mail.com.bt
Fecha: Miércoles, Julio 28, 2004 22:53
Asunto: Dónde va la gente cuando hay un magnicidio

A ver, necesito frenar la caminata un rato porque esto me está excediendo. A ver si ordenamos esta cosa. Hay dos candidatos. Bien, perfecto. Uno, dos. Con la izquierda la cuenta es la misma. Ahora, a uno se lo tragó la tierra, a mí me lo dijeron así y flasheé que Beto vino y se lo tragó, pero Toby me habló de un dominico que le lavó el bocho a unos canas y se cargaron al mismísimo presidente. Dos menos uno, uno. Queda uno que va a ser el mesías. Pero esto es un magnicidio y no veo que se refleje así... Digo, en las caras de la ciudad... Digo, la magnitud de esto, ¿no? Podría dejar la caminata y dedicarme a la bohemia. De hecho no sé muy bien a dónde garchas estoy yendo, no sé si donde Beto, no sé si donde la minusa del Jaso, no sé si a dibujar mapas de sociedades de fomento con canchas de papi al fondo... Pero qué estoy pensando. Tengo un quilombete en el marote... ¿Quién carajos anduvo tocando por acá? ¿Quién me desacomodó las fichas del Estanciero? ¿Quién me desafinó las cuerdas de la mandolina? Mmmmh, acá hay vasco encerrado. Esto es muy extraño. Ah, ahora recuerdo que me crucé por la calle al tontoide de Galarraga, me miró apenas y después le dio un cabezazo de lleno a un poste, no sé si por un ajuste de cuentas o algún poblema de polleras. Yo, personalmente, no confiaría en un poste. Además, este era mucho más esbelto que él, más como... metrosexual. Creí ver que me reconocía, pero le puse tal cara de culo que se cagó (Galarraga, no mi cara (¿por qué me aclaro esto?)). Y ahora me parece recordar que no estoy yendo a ningún lugar en especial... Pero... ¿Estoy huyendo? ¿De qué/dónde/quién/cuándo? ¿Estoy huyendo de tí, como en las canciones románticas? ¿Estoy huyendo del pueblo enardecido, como en las realidades? ¿Estoy huyendo de mí, como...

¿Perdón?

viernes, 10 de julio de 2009

Visualizaciones de perfil

(Hacer click en la imagen para ampliar)
Como en un Egipto antiguo, sin Lombrosios, la búsqueda del perfil se impone sintético a la del plano frontal. Aunque un Dos Caras asimétrico pudiera escabullirse al registro, el perfil se jacta de resumir en un escorzo fragmentario una totalidad brumosa y abrumante.
Julio 2001

jueves, 2 de julio de 2009

Lo que viene, lo que viene...

Este año lo arranqué leyendo La peste, de Camus, y "La máscara de la Muerte Roja", de Poe. El que viene lo tenía reservado para El libro de los zombies, pero por las dudas me voy a volcar hacia la literatura infantil.

2006: granizo con gigantismo.

2007: nieve porteña y patriótica.

2008: humareda agrícolo-ganadera.

2009: pestes varias.

2010: ...

2011: ...

2012: apocalypto, la profecía maya sobre el fin del ciclo cósmico se hace carne, es decir, ¡telecataplum!

Comienzan las apuestas. Para mí, en 2010 va a haber lluvia de langostas y/o la selección argentina no va a jugar el mundial. Y en 2011, Macri presidente y/o invasión marciana (¿macriana?).

lunes, 29 de junio de 2009

Fiesta cív(n)ica

En la atmósfera abstemia y hospitalaria de las escuelas, la curda de alcohol en gel fue furor entre los invitados a la fiesta. La borrachera gelatinosa acercó a los cuerpos votantes al baile de barbijos, a falta de antifaces, que se desató como una danza de la muerte aséptica (la máscara de la muerte amarilla). Y en el beso final, las lenguas encontraron un obstáculo insalvable, que resolvieron con un apéndice, con una extensión artificial del cuerpo: una almohadilla húmeda. El nuevo cyborg así prefigurado se apresta a vivir regido por la derecha paranoica y espectacularizada (la más peligrosa) que se avecina.

El principio inmunitario de la modernidad avanza. La comunidad apestada se extingue.

sábado, 20 de junio de 2009

Marche un magnicidio

Ver a Nicolae Ceausescu o a Saddam Hussein rehuyendo a la muerte con la ropa desaliñada y la barba crecida, días después de haber manejado los hilos de sus respectivos países con una firmeza digna de la parca, genera un morboso extrañamiento. El poder político inviste a personas pero puede dejarlas de un día para el otro, como una novia arrepentida de los galones ofrendados. Fueron ejecuciones captadas por cámaras y televisadas que se produjeron poco tiempo después de que esas figuras políticas fueran derrocadas de un plumazo; y su espectacularización tuvo el plus de mostrar los rostros grisamarillos y desencajados de esos personajes desinflados de poder.

Estas condenas a muerte, legales en el marco de una justicia ficcional instituida temporalmente por un grupo de poder recién llegado, también deberían considerarse magnicidios (y hasta el "hetero-magni-suicidio" de Slobodan Milosevic en su prisión de La Haya). Así como la pena de muerte contra un "delincuente común" es un asesinato (en la escala valorativa del lenguaje que solemos utilizar, ¿sería un nanocidio?).

Los magnicidios, desde el siglo XX, se consuman ya por una estrategia imperialista, una intriga cuartelera o una revuelta popular, circunstancia ésta que sucedió las menos de las veces. Y los escenarios suelen ser esos estados que muchos liberales optimistas ven rielados en las vías del desarrollo, pero en realidad divagan como locomotora en la arena. El caso tercermundista más cercano tal vez sea el linchamiento del presidente boliviano Gualberto Villarroel en 1946, quien fue quemado y colgado de un farol de la Plaza Murillo de La Paz. Aunque claro, tenemos también los casos de JFK en los Estados Unidos o Aldo Moro en Italia. Pero por más relevante que sea el asesinato político, no necesariamente va a implicar en sí mismo una transformación sociopolítica drástica, si no es acompañado por un movimiento popular que aspire a revolucionar las estructuras, para decirlo de manual.

Si adoptamos la postura del periodismo deportivo, que de todo hace una estadística, nos encontramos con que el continente africano es el más propenso a los atentados presidenciales; o para decirlo con una metáfora parca, el que más condena a sus mandatarios a aparcar la vida de espaldas a un muro. Lo cierto es que en los últimos sesenta años, "África registró un tercio de los magnicidios", según un cable de la Agencia EFE. En ese período, cuarenta y siete dirigentes fueron asesinados, diecisiete de ellos en el continente cuna del homo sapiens.

En general, y para los demócratas (liberales optimistas) que ven en África sistemas políticos jóvenes que aspiran a encauzar sus democracias, esta inestabilidad en el continente persistirá sin la ayuda crediticia de occidente que permita actualizar el coloniaje. Pero no tienen en cuenta que el problema de fondo es anterior a la constitución de los sistemas políticos. Los países centrales fueron pésimos planificadores de fronteras; o tal vez las hayan trazado de modo tal que el conflicto sea eterno. Los límites políticos africanos -armados para afianzar el control central: dividir y reinar- fueron tan caprichosamente guiados por conveniencias económicas con respecto a los pueblos o naciones que habitaban sus territorios, como lo fueron en América con respecto a los pueblos indígenas, en Medio Oriente con respecto a los palestinos o en tantos otros lugares. Como afirmara Rodolfo Walsh en su excelente nota "La revolución palestina", los países colonizadores se retiraron de las colonias independizadas dejando "la semilla de un conflicto inagotable".

Tal vez los magnicidios en continente africano más recordados sean el del presidente egipcio El Sadat en 1981; el del presidente liberiano Samuel K. Doe en 1990, cuya guerra civil desatada fue documentada por Arturo Belano, en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño; el "dos pájaros de un tiro" de los presidentes de Ruanda y Burundi en 1994, cuando el avión en el que viajaban fue derribado por un misil, lo que dio inicio al genocidio tutsi por parte de lo hutus; y el del presidente de la República Democrática del Congo, Laurent Kabila (aquel líder guerrillero cuya indecisión en los sesenta llevara a la desesperación del Che Guevara y su posterior huída de esa extraña campaña por el África), en 2001. El último fue João Bernardo Vieira, de Guinea Bissau, en marzo de 2009, por componendas con el jefe militar que había sido asesinado un día antes.

Así, África es noticia por su inestabilidad política y sirve de referencia para algunos analistas advenedizos que pretenden asustar a los votantes en tiempos de elecciones diciendo que África es "nuestro destino". O bien sale en un especial del suplemento Ñ que muestra esa cara "ignorada" del continente (en cuyo ocultamiento colaboran los propios medios por omisión) de manera folclorizante. Pero detrás de esa fachada que construye occidente, los tambores no sólo suenan para "clamar ayuda a los países centrales", sino que, ejecutados por actores políticos (el pueblo, otra vez de manual), muchos percuten en la lonja versiones superadoras de nuestro "Hay que matar al presidente".

sábado, 6 de junio de 2009

Ayacucho, tierra de muertos

Una típica ruta tendida sobre la pampa, la 29, a falta de vías en buen estado, es la única forma de llegar a Ayacucho. Uno de los partidos más grandes de la provincia de Buenos Aires, y de los menos densos, preanuncia la entrada a sus pequeños y escasos pueblos con los carteles arrancados de las que fueron sus estaciones de tren. Al costado del asfalto surgen perpendiculares los caminos que se internan en la inmensa pampa con la señalética ferroviaria: Udaquiola, Langueyú, Solanet, y el tren-micro los deja atrás como falsas estaciones olvidadas. Luego, la rotonda con Ayacucho en grandes letras blancas, cuyo nombre, al borde de lo que fue el límite mapuche, homenajea a la batalla en una lejana ciudad peruana con nombre quechua: tierra de muertos. El último bastión realista de Sudamérica. Los nombres son referencias de referencias, metáforas casi infinitas que en la perspectiva nietzscheana nos hacen olvidar el origen, la matriz significativa. Pero la toponimia nos regala estas paradojas.

Los 15 mil habitantes del pueblo sólo pueden salir de ahí con la chata o con el monopolio que ostenta la empresa de ómnibus Río Paraná. La estación de tren de Ayacucho está museificada para la foto, con su tanque de agua centenario coronándola. Desde 1998, y después de veinte años, los trenes habían vuelto a balancearse dificultosamente por los rieles. Pero el idilio volvió a sumergirse hace tres años en el sueño de los durmientes, ausentes de las vías.



Partusa carnal

La sede de la Fiesta Nacional del Ternero y Día de la Yerra, tiene como fundador a un tal Zoilo Miguens, bien gauchazo, paizanazo, bah, hazendado, noooo zi (casi un personaje de ficción que cualquier relación que tenga con el de la Rural, el real, es pura e irónica coincidencia). Es de suponer que la mayoría de los ayacuchenses está con el "campo", porque allí se está en el "campo". Pero aun así las internas relucen, como en la edición '08 de la Fiesta, en la que los ruralistas hicieron un boicot a la celebración con consignas como "Nada que festejar". Hacendados que se apropian -como sus antepasados de las tierras- de frases simbólicas que los pueblos originarios levantaron contra el ensalzamiento de los 12 de octubre.

En la edición '09 De Ángeli desfila junto a las aspirantes a princesas y reina del ternero, saludando con la técnica mimética "franela sobre vidrio imaginario". A su lado en el palco, el abonado a fiestas y cárteles De Narváez. Una fiesta "politizada", podrían decir (pero claro, en este caso no) los medios. Globos negros luctuosos flotan sobre el pueblo el día del desfile: este cronista se pregunta si muchos terneros habrán sido sacrificados para alimentar a los paseantes y a una tierra ávida de muertos. Pero en los fogones y en las peñas el tufillo de una politización anti se confunde con el aroma a asado y las respuestas quedan clarificadas.


Las aspirantes a reina han decrecido en número, aunque no en calidad (casi como la carne de los fogones). Lo que antes podía ser un símbolo de prestigio o belleza pasó de moda entre la muchachada. Los jóvenes se alejan del pueblo una vez terminada la secundaria, muchos para no volver más que para alguna visita navideña.

El comentario por sobre la información

El único diario ayacuchense es La Verdad, una muestra viva del periodismo gráfico de la primera mitad de siglo XX. Su amplia sección de Sociedad es imperdible. Entre otras perlitas, se puede destacar un aviso publicado en octubre pasado: "Busco compañera de viaje para tour por Brasil. Gastos pagos. o2293..." Un aplauso para el/la solicitante.

Pero la información en el pueblo está centralizada por el ámbito familiar, y se concentra en los almuerzos y cenas. Las comidas son el momento de encuentro a partir del cual los ayacuchenses se cuentan rumores, chimentos, novedades y noticias ajenas. Casorios, engaños, nacimientos, muertes, accidentes y golpes de suerte se exponen sobre la mesa como secretos ajenos dignos de compartirse.

El habla ayacuchense urbano, o bien pueblerino, tiene, además de palabras muy propias (nativas, si nos pusiéramos en un rol estrictamente antropológico a lo Malinowski), una particular tonada con acento agudo en la última sílaba; la cual armónicamente sería una 4ta. con respecto a la anteúltima (la tónica), con lo que le imprime a la frase un tono interrogativo. Qué gauchito [lindo, copado, copante]. Qué linda canopla [cartuchera]. Alcanzame el cintex [cinta adhesiva]. La oralidad ayacuchense es digna de un pentagrama. Más si se tiene en cuenta la escuela de música que el pueblo alberga, de la que han salido excelentes exponentes.


Ayacucho y sus fronteras

"Yo llevé un moro de número, / sobresaliente el matucho, / con él gané en Ayacucho / más plata que agua bendita, / siempre el gaucho necesita / un pingo pa' fiarle un pucho".

Ayacucho tiene el alias "Ciudad de las Rosas", por su plaza central con algún que otro rosal (alias pretensioso en sus dos vocablos). En torno a la plaza, como en la mayoría de los pueblos, domina el panorama una iglesia descomunal y desproporcionada, la municipalidad y los bancos. Pero Ayacucho se regodea en el historial que lo ubica como el único lugar que menciona el Martín Fierro (José Hernández fue amigazo de don Zoilo Miguens y se cuenta que éste le facilitó dinero para la primera edición); y como la cuna de los caballos Gato y Mancha, aquellos que cruzaron todo el continente hasta llegar a New York en los años veinte. También el gran Osvaldo Soriano lo menciona en La hora sin sombra, en el recorrido bonaerense de un típico personaje solitario e itinerante suyo.

La hora de la siesta (la hora sin sombra) transforma a Ayacucho en una auténtica tierra de muertos. Con suerte uno puede toparse con el loco del pueblo. El cri cri de grillos mudos de sol es estridente; hasta la ausencia del loro es patente. Da gusto bajar a alguna de sus anchas calles, características del pueblo, mirar a ambos lados y en una esquina elegir uno de los cuatro vientos hacia el cual alejarse, como en el Martín Fierro. Y aunque pueda resultar necesario cambiarse el nombre, a Ayacucho siempre se vuelve.

lunes, 1 de junio de 2009

Época loca

Pero si de supergrupo grunge hay que hablar, el mejor fue Mad Season. Formado en 1995 por Layne Staley, cantante de Alice in Chains, y Mike Mc Ready (guitarrista de Pearl Jam), más el batero de Screaming trees y el bajista de otra banda de Seattle, grabaron Above, su único disco, ese mismo año. La voz de Staley, triste y nasal, descarnada y profunda, y sus letras angustiantes, encontraron en las melodías de Mc Ready un colchón musical que parecen contrarrestarlas con una luz de calma esperanza, o bien de apacible melancolía. Como en River of deceit, tema para escuchar tirado en el puf un día de lluvia, acompañado de algún lindo recuerdo y el tintinear helado de un buen scotch. No hay nada más reconfortante que unas lágrimas arrancadas por una canción. Una nube de alivio musical. "A head full of lies is the weight/ Tied on my waist/ The river of deceit pulls down / The only direction we flow is down". Es posible hundirse dos veces en el mismo río. "My pain is self-chosen". La música que nace de la angustia, musa por excelencia, es hermosa. Los noventa. Qué épocas locas. Snif.



Recomendados del disco, sobre todo, Long gone day y All alone.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Templo del Perro

Cumbre del grunge entre los integrantes de Soundgarden y el recién salidito del horno Pearl Jam. Corre 1990 y Chris Cornell arma una banda tributo al cantante de Mother Love Bone, Andrew Wood, recientemente muerto por (como será de suponer) sobredosis de heroína. Temple of the Dog la integran, además, Matt Cameron (batero de Soundgarden y actual de Pearl Jam), Mike Mc Ready, Stone Gossard y Jeff Ament (todos de Pearl Jam y los dos últimos ex Mother Love Bone). Graban un único disco que sale en abril de 1991 -antes de Ten, el primer disco de Pearl Jam- e invitan a Eddie Vedder para Hunger Strike. Como resultado sale una clásica balada a contrapunto entre los agudos de Cornell y los graves de Vedder, con su mejor parte en la explosión final y los gritos jesuíticos del cantante de Soundgarden. El resto del disco es para chuparse los dedos con fruición libidinosa y dactilofílica. Valga una nota al pie: visto a la distancia, además de suciedad, angustia y camisas leñadoras, la imagen que vendía el grunge obligaba a pelar fachita, eh. ¡Papurris!

sábado, 9 de mayo de 2009

Siglo Rojo

El último 1º de mayo pasó sin pena ni gloria el centenario de la Semana Roja, aquella represión policial encabezada por el jefe de policía, coronel Ramón L. Falcón, que dejó un tendal de obreros muertos. En el marco de la crisis mundial de 1907, que como toda crisis comenzó ajustando los salarios de la clase trabajadora, las represiones masivas eran moneda corriente en el continente. Por ejemplo, la masacre de la escuela Santa María de Iquique, Chile, que en diciembre de 1907 dejó miles de muertos; o las huelgas violentamente sofocadas en México, que iban a confluir en el inicio de la revolución de 1910.


En Argentina, ya en 1907 se había producido una huelga de inquilinos reprimida por el recientemente nombrado Ramón Falcón. En 1909, en ocasión de conmemorar el 1° de mayo (no el 30 de abril como en la actualidad), obreros anarquistas nucleados en la F.O.R.A. se manifestaron en la plaza Lorea. A tiro de máuser, la policía dejó 12 muertos y alrededor de setenta heridos. Durante los días siguientes, los socialistas y los sindicalistas se sumaron a la huelga general y al reclamo de destitución de Falcón. En el entierro de los muertos del 1° de mayo, una multitud de 60 mil personas llevó los féretros hacia la Chacarita, y nuevamente fueron reprimidos por orden del jefe de policía. Hubo que esperar hasta noviembre de ese año para que Falcón abandonara su cargo, ya no por voluntad propia, sino por el atentado cometido por el obrero ucraniano Simon Radowitzky con una bomba casera, en la recoleta esquina de Callao y Quintana. La violencia que genera violencia: el mismo axioma que se repetiría con los responsables, entre otros hechos, de la matanza de Iquique (Silva Rennard, quien sobrevivió al atentado), de la Patagonia Trágica (Héctor Varela) y la Masacre de Trelew (Hermes Quijada).



Falcón, además, había combatido en el ejército durante la llamada conquista del desierto. Y por haber sido el fundador de la primera escuela de policía del país, fue premiado post mortem con denominaciones de pueblos, calles e instituciones con su nombre, monumentos y placas. Como la que todavía hoy se emplaza semi-oculta en la esquina donde lo mataron. Como no fue nombrado durante un gobierno de facto, a pesar de haber cometido crímenes de estado, no hay ley que permita retirar su nombre de estos espacios. Pero bueno, la violencia simbólica generará violencia simbólica. Por lo pronto, desde el sitio web Chau Ramón Falcón, un grupo de personas se propone cambiar el nombre de la segunda calle más larga de Buenos Aires, que lleva el nombre del militar.

Ramón "Ford" Falcón tuvo su papel en la literatura bajo la tecla de la olivetti de Humberto "Cacho" Costantini, en su novela De Dioses, hombrecitos y policías, escrita en 1975. Allí tal vez se plasma de la mejor manera la conexión que existe entre el apellido del coronel represor y los autos que se encargaron de simbolizar el terrorismo de estado de la última dictadura. En la novela, el dios griego Hermes busca salvar a un grupo de poetas que se juntan en una casa de Villa del Parque, y que fueron signados por el dios subterráneo Edes a morir bajo la tortura de un grupo parapolicial, como pago por la muerte del general Cáceres Monié (hecho real, sucedido en Paraná en diciembre del '75). Hermes baja a los infiernos para tener más información sobre el plan de Edes, se disfraza de militar y se encuentra a Falcón: "Y retorciéndose la guía de su negro bigote habló así el alma del ilustre Ramón Falcón. 'Sábelo, oh distinguido muerto. Hace ya casi tres semanas, el día 15 de noviembre exactamente, infalibles augures anunciaron al poderoso Edes que hoy, 3 de diciembre de 1975, elementos subversivos (seguramente algún ácrata de apellido polaco y valiéndose de una bomba de fabricación casera, casi me atrevo a vaticinar) enviarán a esta negra Mansión al excelente general Cáceres Monié, por muchísimos motivos amado por el insaciable Edes".

Un Dionisos para Radowitzky.

domingo, 3 de mayo de 2009

Domingo a la mañana

¿Existe realmente el domingo a la mañana? En los estatutos temporales aparece como un período de un día de la semana, como cualquier otro. Pero en la experiencia matinal dominguera, el flujo de irrealidad parece concentrarse como con un embudo. Como una entrada subjetiva a otra dimensión velada por el afán ordinal de todos los almanaques y relojes.

La vivencia de una mañana de domingo es tal vez lo más parecido a un recuerdo, a la evidencia de los años perdidos. La temporalidad subjetiva desborda a la del calendario en una actualización de vidas pasadas, edades de sol, memorias de cera derretida. Y en ese regreso a la cueva para el placer del descanso una claridad deformada, un aura de amanecer melancólico rodea a los objetos y a las personas; las voces y ruidos llegan con delay, en un eco que reclama el olvido instantáneo. Todo se percibe y se escurre al mismo tiempo en un estado narcótico, ya sea inducido, o bien provocado por las mismas propiedades de la luz inicial del primer día de la semana. Porque es difícil estar despierto un domingo a la mañana, y no tener desordenada la percepción. Las reacciones se limitan a la náusea que puede provocar la visión de algún gimnasta corriendo con sus auriculares y su botella de agua; de alguna paseadora con su perro; de padres y madres con sus retoños; de algún comprador de facturas, de diario, o de las pastas que se vendrán al mediodía. Y uno a punto de irse a dormir para despertar cuando esos madrugadores se preparen para la siesta.

El cuerpo flota y subsume el entorno, que deja de existir como tal. La negación de la realidad se consagra en el ritual de haber sobrevivido otra madrugada sin ayuda divina.


martes, 28 de abril de 2009

Persecuta de novela

César tocó el timbre de Eduardo un largo rato: se había olvidado las llaves. La lluvia lo empapaba y apenas podía cubrirse debajo de un pequeño balcón del edificio. Tal vez Eduardo no estuviera, y en ese caso lo mejor sería ir a algún bar. Fue inevitable recordar una vez más su mudanza una semana atrás a lo de su amigo del secundario, cuando se le hizo insostenible pagar el alquiler de su departamento.

Se prendió un cigarrillo con el último fósforo de cabeza roja que le quedaba entre tantos ya consumidos, dentro de la cajita de Fragata. Tanteó las monedas que tenía en el bolsillo y cruzó dando largos pasos a la vereda de enfrente, donde pudo resguardarse en el toldo agujereado de una zapatería abarrotada. De los faros de la calle manaba una luz amarillenta y muchas de las lámparas estaban rotas a causa de piedrazos anónimos. La ciudad estaba desierta y oscura pero César, desde su nueva posición, advirtió que el bar de Alfonso, en la esquina, hacia su derecha, estaba abierto.

Se dejó llevar hacia allí entre bostezos y deseó cruzarse con un ser humano en el trayecto, cosa que, como esperaba en el fondo de su esperanza, no ocurrió. El bar de azulejos verde agua y tubos de luz blanca era deprimente a esa hora (y a todas las otras) y la mancha bordó del dueño acurrucado en el mostrador con el caño de la escopeta asomando era el único signo de vida, junto a la televisión que estaba emitiendo un resumen de noticias. "Lo de siempre", dijo el mozo y subió el volumen en puntas de pie, contradictoriamente interesado. César se sentó junto a la ventana y se debatió entre mantenerse despierto y pensativo o dar rienda suelta a lo que a esa altura se manifestaba a través de bostezos y picazón en los ojos.

–Un whisky– dijo corporalmente, sin terminar de decidirlo con la mente.

Lo esperó mirando sin ganas las imágenes de desorden internacional en la pantalla, hasta que percibió algo cercano y molesto, que luego le resultó incómodo y un segundo más tarde, alarmante. El hombre que lo miraba fijamente desde la calle no parecía ser alguien simpático, menos aún con esos anteojos espejados (que lo miraban fijamente) y con su mano derecha guardada en el interior de su piloto, a pesar de la lluvia escasa pero filosa que caía. César lo había advertido, primero de reojo; pero pronto el temor le impidió simular algún que otro vistazo directo con ánimos de ahuyentar. Sin embargo, el hombre, inmutable, a dos metros del vidrio (a dos metros y centímetros de César), no le quitaba los anteojos espejados de encima. El mozo llegó con el whisky para aquietar un poco la tensión de la situación y se dio cuenta de la extraña presencia. Miró a César como intentando decirle algo y se retiró detrás del mostrador sin más. César miró un punto cualquiera del aire, como si hubiera una persona sentada enfrente suyo, y empezó a hablarle de su infancia. Carcajeó con alguna anécdota y movió el vaso escuchando el golpeteo de los hielos contra el vidrio. Se llevó el vaso a la boca y le dio un largo e impresionante sorbo (que seguramente no debería haber inmutado al hombre que lo miraba). De repente, mientras sentía correr la generosa cantidad de bebida en su garganta y cómo comenzaba a mezclarse con su sangre, el alcohol de la noche anterior que aún mantenía en su cuerpo se reactivó. Cerró los párpados con fuerza hasta que brotaron de ellos dos lágrimas sutiles.

Volvió a mirar con la neblina lacrimal por la ventana lluviosa y tardó en darse cuenta de que el hombre ya no estaba. Casi inmediatamente escuchó abrirse la puerta del bar.

miércoles, 8 de abril de 2009

Sueño de una noche de verano

Íbamos a ir a Uruguay junto con E... en avión. Lo curioso es que hacía escala en Francia. Cuando llegamos a la Galia era de tarde, y como el avión que seguía a Uruguay salía a la mañana del otro día, fuimos a pasar la noche a lo de la abuela de E..., que vivía a pocas cuadras. En el camino observamos con avidez viajera las playas francesas llenas de palmeras.

En un momento del paseo, paramos en un puesto de diarios y leímos en la tapa de uno que había graves peleas entre blancos y musulmanes, en Francia. Continuamos, y mientras caminábamos por una peatonal escuchamos en perfecto castellano:

-¡Blanca, fea!, ¡Blanca, fea!

De la muchedumbre que rodeaba la situación salió un musulmán muy enojado, quien seguramente había sido el profirente del insulto; y enseguida, una mujer triste, quien seguramente lo había recibido. Lo que nos extrañó es que todos, la mayoría de los curiosos, eran blancos y ni se inmutaron; y también nos extrañó el insulto porque la mujer estaba para chuparse los dedos.

Luego del altercado doblamos en una calle solitaria y subimos al departamento de la abuela de E... Nos recibió con regalos, aunque sin saber que íbamos a visitarla.

-Para vos, E..., un regalo. Y para vos [para mí], dos -dijo la anciana.

Le preguntamos por qué eran los regalos y nos contestó que por pascuas. E... rompió el papel de su regalo y de la rasgadura comenzó a a brotar una infinidad de muñecos que caían a borbotones, mientras que yo abrí mis regalos, pero ya no tenían importancia.

Luego llegaron varios amigos de improviso que también iban a Uruguay al otro día, por lo que decidimos dormir tres personas por cama. Pero como dormiríamos sólo cuarenta minutos, decidí irme a dar un paseo nocturno y E... y Q... me acompañaron. Recorrimos un rato el barrio y cuando volvíamos a lo de la abuela de E... vimos a unos musulmanes que nos disparaban desde la puerta de calle del edificio. Nos acercamos allí, mientras E... y Q... desenfundaban sus armas, y yo me escondí detrás de una pared. Cuando E..., Q... y los musulmanes se alejaron a los tiros un poco, salí de mi escondite, pero un musulmán me descubrió y me apuntó. E... me preguntó si tenía armas y yo le contesté gritando que no. Cuando el musulmán me iba a disparar, sonó un tiro y se desplomó antes de que pudiera gatillar; detrás, enfocando en segundo plano, encontré a la abuela de E... con una escopeta humeante, quien me dijo:

-Escuché tus gritos desde arriba.

Subimos y la abuela de E... me volvió a dar un regalo. Esta vez eran cuatro huevos de pascuas. La casa de la abuela de E... estaba en orden. Luego nos sentamos todos los que estábamos parando ahí y nos pusimos a charlar y a comer palitos y papas fritas.

25-1-98
Río de los Sauces, Córdoba.

viernes, 27 de marzo de 2009

Toda la fruta

Lo bueno de tener el famoso baúl (que puede ser un armario, un cajón o una simple pila visible) con cuadernos viejos es que uno puede toparse no sólo con escritos que había olvidado completamente o que suenan ajenos a la lectura, sino también encontrar textos que entrarían en, digamos, otros rubros. Para aquella persona que en su ludismo quiera inspirarse y explorar nuevas dimensiones, va transcripto un tutti-frutti jugado en Sorata, Bolivia, un verano de 2002, bajo alguna influencia psicotropical (sin estación seca, es la pura selva). En ese sentido, el reglamento parece haberse flexibilizado por demás. Aquí una muestra gratarola:

*Barbudos famosos:

L: León Gieco (10)
M: Marx (10)
T: Tito Cossa (10)
F: Federico Engels (10)
K: Karl Marx (10) [la idea fija: ¿el cultivo de barba famosa será condición sine qua non para profesar el comunismo?]
O: Ortega y Gasset (10) [¿?]
P: x
G: x
V: Van Gogh (20)

*Cortes de pelo:

L: x
M: Militar (10)
T: Tom Cruise (10) [un corte top gun]
F: Fifí (10) [¡!]
K: King, Don (10)
O: Orejudo (10) [influencias de la Gestalt]
P: Peludo (10) [una especie de anticorte]
G: x
V: Villero (10) [para los políticamente correctos, es por Pancho (mmmh)]

*Cosas pegajosas:

L: Lodo (10)
M: Moco (10)
T: Té con moco (10)
F: x
K: Kandahar en verano (10)
O: Orto sucio (10)
P: Pedo líquido (10) [se puso escato]
G: Gota de sudor (10)
V: Velcro (10)

*Comidas típicas:

L: Locro (10)
M: Moscas (10)
T: Tamal (10)
F: Fungi (10)
K: Koala hervido (20) [se dice que en Australia…]
O: Orégano solo / Ortiga (10) [dos, por las dudas]
P: Pez globo (10)
G: Gusanos (5) [¡5! El oponente pensó en gusanos, qué sintonía anticastrista]
V: x

*Regalos del día del padre [the best]:

L: Libreta de apuntes (10)
M: Mamá (10) [conozco casos]
T: Tero (10)
F: Fósforos (10) [a veces hay malaria]
K: Kundera, un libro de [la coma es el mejor comodín]
O: Oro (10)
P: Píldora rejuvenecedora (10)
G: Gilette (10)
V: Vaso tallado (10)

martes, 24 de marzo de 2009

Melodía

Una melodía que comenzó a dibujarse en su mente libre de pentagramas y otras prisiones la convenció, definitivamente, sobre el destino que su poema sufriría. La posición horizontal sobre la cama que había utilizado para escribir en una hoja sin renglones le había permitido experimentar una nueva forma de canalizar sus pensamientos sin antes inspirarse. Ni antes de que expirase, claro. Un vómito hemo y verborrágico, previo a la náusea de saberse escrita. Secuencia que enrarecía aún más el orden fisio y lógico de las cosas, las causas y las consecuencias.

Su cuarto lucía desordenado. Aunque esto dependía de quién lo apreciara (tan poca gente la frecuentaba últimamente), porque las cosas, como en su mente, estaban colocadas sin pentagrama de por medio -además, al fin y al cabo, el orden no depende más que de quien lo dispone-; y las superficies que modelaban la habitación no sólo eran blancas y negras, sino que también mostraban vetas de colores primarios y secundarios. Tampoco todos los objetos tenían una forma redonda, ni lucían la cola de la corchea o la fugacidad de la fusa, ni estaban a un paso de semi-serlo, sino que expresaban una presencia informe y contundente. Pero un puf y un estante eran un do sostenido; y un plato con restos de moho con una blusa encima se traducía en un contrapunto en fuga. Esa habitación que había dispuesto con la mente en blanco, como ahora con su pretendida creación altruista.

La hoja había quedado olvidada a un costado del colchón, junto a su cabeza ladeada, con una mancha negruzca de tinta roja escupida que renunciaba a la escritura. Su boca promediaba los extremos, semiabierta entrelabios, queriendo liberar un haz de voz que se esfumara en el aire de su habitación, tan contaminada del aire espeso de verano que entraba por las ventanas abiertas de par en par.

Pero su estado hipnótico y semiconsciente a la vez la inmovilizaba física y sensorialmente, dejando sólo a su mente con la capacidad de pasearse por los rincones de aquella melodía poética que estaba gestando, pero que ni siquiera podía oír para sus adentros. Tampoco escuchaba su corazón, seguramente dominado por lo que había sido la dulzura de esas notas y palabras tan armónicamente mixturadas, bellamente vacías de sentido, pero ahora agrias por una fermentación misteriosa que nacía de lo más profundo de sí. Esa bola creativa y vital comenzaba a abandonarla, flotando fuera de su cuerpo, como escapándose de ella (como un contrapunto en fuga). Esto la inquietó, pues sabía que era lo último que le quedaba. Buscó inventar un magnetismo mental que atrajera la zigzagueante melodía, pero ésta la evitaba con la rapidez de una liebre que rehuye a un cazador sin rifle. La poesía melódica finalmente brotó al espacio en un suave quejido ronco de su garganta y se escapó por la ventana, para quedar enmudecida para siempre por el ruido de la ciudad.

20-01-01