domingo, 25 de mayo de 2008

Sueño de una noche de otoño

Una playa, indiferente como pocas. Dos soles que coinciden superpuestos en sus respectivos amanecer y atardecer, en un solo punto cardinal. El más cercano, anaranjado, con un fulgor moribundo, agonizante, como apagando su sed a medida que se sumerge en un mar cuya extraña corriente se dirige de izquierda a derecha. Por detrás del ocaso, un sol amarillo y sucio se eleva sobre una corriente marina que va en sentido inverso a la correntada más cercana, o sea, de derecha a izquierda.

Dos soles que convergen en un mismo plano, o el mismo sol que se ha encontrado consigo mismo por un capricho del tiempo.

Cuánto sueño que tenía. Sin embargo, estaba por despertar.

martes, 20 de mayo de 2008

Nostalgias del Altiplano

Mi amigo Lera publicó hace unos días "Nostalgias del Altiplano", ensayo de mi autoría, en la página web de Política Latinoamericana Noticias del Sur, donde labura. Mientras, y después de tres meses de haber sido entregado, espero que Kaufman se digne a ponerle nota, la última de la carrera. Y va de jonca como anexo para la tesina, me cago en lo inédito.

miércoles, 14 de mayo de 2008

A mis veintisépticos

Un martes 13 no da para casarse ni embarcarse. Tampoco para cumplir. Ni dignificar siquiera. Pero a veces cumplir no se puede evitar, y por más que uno no se lo proponga cumple. O bien, lo hacen cumplir. El disciplinador "almanaque", con ese nombre de alma encorsetada. Tan sólo una ficción gregoriana basura.

La decadencia de los veinte sobreviene, se huele la podredumbre de la belle époque, de los años locos. Veintisépticos. El corega y el bisoñé se acercan a la cotidianeidad. Y ahí están mirando desde el Olimpo Jim, Janis, Jimmy y Kurt (bué, y Rodrigo también) con un atragantado por el humo.

Pero algo de esperanza queda para la década infame de los treinta que comienza a despuntar. Por un lado, en el que pesa la actitud, hay que dejar de festejar el día del cumpleaños y volver a las fiestas bacanales, que duraban muchos días. Y por otro lado, si apartamos los números arábigos y acudimos a los romanos, otra vez con el guiño de Baco, la cuestión puede resultar menos cuestionable. Así, en vez de 30, en tres años cumpliría XXX. Tal vez la cosa se ponga un poquito más porno.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Amanecer de novela

El teléfono no solía sonar (y menos tan estrenduosamente) a esas horas de la madrugada. Ni siquiera tenía teléfono, pero cómo darse cuenta de que estaba en otra casa, aunque tan parecida a la suya. El tronar aparatoso del timbre telefónico transmitía una particular urgencia en el llamado y, de haber sabido quién lo requería de esa manera y a esas horas, hubiera ido en su búsqueda física sin atenderlo, sin aparato ni palabras de por medio, para qué.

–¿Hola?– inquirió queriendo simular que estaba despierto.

–Disculpe, estaba durmiendo... Le habla Genaro.

–No, no– se apresuró a decir sin terminar de recuperarse del sueño–, la siesta, la siesta...

"La siesta" con voz adormilada y con gusto a resaca mientras observaba que el reloj despertador iluminaba con sus números rojos las seis y cero uno de la mañana.

–Entiendo, la siesta– se escuchó la voz del otro lado en primer plano, con un fondo de guitarra eléctrica desfondada y un delay fuera de foco–. Bueno, no quiero adelantarle nada, véngase nomás para mi departamento.

–Sí, sí...– repitió mientras cabeceaba el tubo y notó con los últimos fulgores de la vigilia el cortante clickeo de la comunicación, sin saludos, nada, un beso, un abrazo, un saludo... ¿Genaro?

Se despertó de un sobresalto, sin recordar el sueño y con la boca enturbiada por la noche etílica. Permaneció sentado en la cama un instante, con la vista fija en la persiana baja, a través de cuyas hendijas amanecía un mediodía nuboso y con probables lluvias por la tarde. "Indicios... Indicios...". La realidad le cayó como una bofetada cuando primero vio el pelo enmarañado de Emilia sobre la misma almohada, y luego el póster de Dalí de la casa de Eduardo, tan parecida a la suya, pero con teléfono. Y con póster de Dalí.

Echó un vistazo al teléfono y su mirada se ahuecó, como vencida por un pensamiento, casi tan violento como la realidad, que lo abstrajo.

–Me duele la cabeza y va a llover– creyó decir y se levantó de un salto, pero cayó de inmediato sobre un sillón puesto para la ocasión, sorprendido por un mareo de esos que anuncian el desmayo inminente con una aplastante presión sobre los sentidos.

La luz del día llegaba filtrada por los densos nubarrones y la persiana entrecerrada; y el cuarto, sumido en esa tímida claridad borrosa, se movía de abajo hacia arriba acompañando cada pestañeo de sus ojos.

Bostezó de mala gana, queriendo impedirlo, concentrado en establecer algún tipo de contacto con su memoria y dar con esa noción latente que lo estaba molestando. Su sueño había sido interrumpido en la mitad de la mañana. "Pero la puta, cómo me duele el bocho", pensó cerrando con furia los ojos.

Lo interrumpió el teléfono –ahora interrumpió su vigilia y lo miró más inexpresivamente que antes. Sonaba tan fuerte que se tapó los oídos mirando con los ojos cerrados hacia el piso de madera. ¿Y Emilia? ¿Por qué no escuchaba el teléfono? Levantó la cabeza y observó su cabello desordenado en el extremo de la cama. El contestador emitió un quejido repentino y los timbres cesaron. César temió lo peor cuando advirtió la excesiva quietud de Emilia. El contestador dejó escapar la señal que daba paso al mensaje (si es que el o la muy cobarde se animaría a dejarlo). César se levantó del sillón decidido, reprimiendo sus náuseas, y se tiró sobre Emilia para hacerla reaccionar. Pero su peso torpe se encontró con un cuerpo ausente: su aparente cabello no era más que un tapado de piel viejo y en desuso de algún mamífero, y vaya uno a saber cómo había ido a parar ahí, a mamar y taparse de esas sábanas.

–Le habla Genaro –dijo el contestador–, todavía lo estoy esperando. No crea que es algo urgente pero bueno, en fin, usted sabe cómo se manejan estas cosas.

Se escuchó a continuación el tono entrecortado de la línea y volvió a sonar el piiiip del aparato que señalaba el final del mensaje. César se apartó del tapado, que había sostenido entre sus manos sin entender nada de lo que sucedía en torno, y salió corriendo en un zig-zag vertiginoso hacia el baño, tumbando todo lo que había a su paso. Cuando atravesaba la puerta chocó su brazo contra el marco y vomitó antes de llegar al inodoro.

domingo, 4 de mayo de 2008

Esquirla de novela (Parte nuestro)

Se alarga la estación. Y entonces, nos aburrimos de frío. Cada uno cumple una función diferente en la locomotora, pero no es divertida si no llega la próxima estación.

Hay gritos que circundan el cielo y nos amenazan con uno o más inminentes picotazos de aturdimiento. Quizás necesitemos paraguas, o auriculares capaces de neutralizarlos. Auriculares que reproduzcan silencio, y así no escuchar nada de lo que baje del cielo circundado por gritos y circuncidado por aleteos de guadañas.

Hace falta algo. De eso estamos seguros. La carencia es lo único que no nos hace falta. Ah, tampoco queremos nada que se asemeje a Nosotros, para eso estamos Nosotros.

El otro día no, el anterior, nos caímos en un pozo con fondo. Y acá estamos, todavía en el fondo, pero pisando suelo firme. Cada tanto uno calla y quiebra el silencio, entonces se avecina el amanecer del otro día.

Faltan muchos espejos ante los cuales rendirse. Queremos sentirnos dominadores del reflejo, vernos arrodillados ante Nosotros, suplicantes, serviles. Faltan muchos espejos.

Si mal no recordamos, el río se evaporó sin resistencia, acosado por enormes soles y por millones de fuegos fatuos de fantasmas en pena de otros ríos evaporados. Si bien olvidamos, mejor.

Siempre nos ponemos adelante del obstáculo, cosa de no dejarlo pasar. Eventualmente, pasa y nos echamos a dormir. Eventualmente, no pasa y el tiempo se detiene. Pero la mayoría de las veces, el obstáculo nos detiene el sueño y nos echa del tiempo.

jueves, 1 de mayo de 2008

Insomnolescencia

Algo se seca en mi boca
y se quiebra como el hielo
Algo que cruje como un ruego
de madera noctambular

Crujido crepitar,
fuego blanco
fatuas lenguas
acarician mi paladar

Crujido trepidar,
apareado en la sublingua
Frescor agobiante
Lunar sofocante

Trepanar de sueños empastados
cubiertos de níveo moho

Lupanar lobezno
de sensaciones
aullidas, ilusorias,
ambiguas, estertóreas

Como el hielo cubrecama
que abriga mi lengua somnolienta
y entre sueños entredice
bostezos de palabras insomnes
Invierno y fuego
Infierno y ruego